Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile

En sus más de cinco décadas en la Universidad de Chile, la nueva rectora ha visto en primera fila la historia reciente del país y sus efectos en la educación pública. Científica, admiradora de las nuevas generaciones y preocupada por el sentido de comunidad, Devés ha sido pionera en innovaciones vinculadas a la educación en ciencia y a la inclusión en el acceso a la educación superior. “Las diversidades siempre han estado en la universidad, pero hemos sido muy ciegos a ellas”, advierte. POR SOFÍA BRINCK Y EVELYN ERLIJ os tiempos de las mujeres todavía avanzan más lento. Basta con hacer un poco de memoria: re- cién, hace poco más de veinte años, empezó a ser habitual ver presidentas liderando países o muje- res en cargos de importancia. “Son una clara minoría, pero también son más”, dice la reconocida historiadora Mary Beard en el libro Mujeres y poder , donde también señala otro hecho innegable: que si los discursos —mediáticos, políticos— tienden a destacar “la llegada” de mujeres a car- gos de poder, es porque aún son percibidas como elementos ajenos a él; como si estuvieran “apoderándose de algo a lo que no tienen derecho”. Cuando se conocieron los resultados de las elecciones por la rectoría de la Universidad de Chile, el pasado 12 de mayo, los medios de comunicación se dedicaron justamen- te a destacar que la ganadora, Rosa Devés Alessandri, es la “primera rectora” en los 179 años de historia de la Casa de Bello. Se trata de un gran hito, sin duda, pero la carrera que ha construido la bioquímica y Profesora Titular de la Fa- cultad de Medicina es imposible de reducir en esa etiqueta. Destacada científica, su trabajo en el campo de la fisiología celular y los mecanismos de transporte en membranas bio- lógicas ha sido reconocido nacional e internacionalmente, y le valió la incorporación como Miembro Correspondiente en la Academia Chilena de Ciencias en 2003. Su camino profesional comenzó en la década del sesen- ta, cuando aún no era tan común que las mujeres ingresaran a la educación superior —hacia el año 1960, solo ocho mil chilenas tenían estudios universitarios—, menos aún a ca- rreras científicas. —Siempre tuve claro que iba a entrar a la universidad, nunca fue una cuestión ni siquiera discutida. Es cierto que entre las mujeres de mi colegio, de mi generación, la mayo- ría entró a estudiar Pedagogía. Mi proyecto de niña era estu- diar Ingeniería, pero esto cambió al despertar el interés por la ciencia. Fue una decisión importante que tomé bien sola y que fue difícil. Mi padre fue decano de Ingeniería en la Universidad Católica por nueve años, hasta 1967, y yo entré en 1968 a la universidad. Crecí y me desarrollé intelectual- mente con este padre decano, y eso, junto con una vocación por las matemáticas, era el camino que uno iba a seguir, el camino del padre. En ese sentido, entrar a la Universidad de Chile y a una carrera distinta representó una decisión importante, autónoma y difícil. No fue un camino trazado. ¿Cuál era su visión de la universidad cuando llegó por primera vez? ¿Qué esperaba de ella? —La profesión científica era algo muy nuevo en ese mo- mento, la carrera de Bioquímica solo tenía ocho años. Has- ta entonces, quienes se dedicaban a la ciencia profesional venían de profesiones como Medicina, Agronomía, Odon- tología o Ingeniería. Una entraba en modo de estudio, no tenía tanta conciencia de que ingresaba a esta institución tan importante y de riquezas diversas. Era entrar a un mundo nuevo, sin mucha claridad, porque una venía a sumergirse en esta forma de estudiar, de mirar el mundo, de compren- der la naturaleza. Era como una ventana abierta, ya que na- die en mi familia se había dedicado a la ciencia. ¿Cómo fue hacerse un espacio en entornos históri- camente masculinos, como la política universitaria o la academia? —Por el camino que me correspondió, tuve que luchar menos con esos prejuicios. Las carreras científicas son bas- tante democráticas. Es un conocimiento que se desarrolla en base a evidencias, a información muy objetiva que te va dando voz y presencia. Puede ser difícil llegar, pero una vez que estás ahí, son carreras en las que, en general, hay demo- cracia, incluso intergeneracional. No sentí discriminación desde el punto de vista de género, tampoco sentí en abso- luto que tuvieran más voz los hombres. Éramos bastantes mujeres, y el Departamento de Fisiología y Biofísica, el área de la Facultad de Medicina donde luego desarrollé mi ca- rrera académica, era un lugar con liderazgos importantes de mujeres que se anticiparon, que hicieron el trabajo para que llegáramos nosotras. Tuve una vida particular en ese sentido, soy muy consciente de que no represento el común, y eso posiblemente tiene mucho que ver con que yo esté aquí hoy. Sé que no era igual en todas partes, porque había departa- mentos en la misma facultad donde la situación era distinta. La carrera científica es de mucho esfuerzo y sacrificio a nivel familiar, sin duda. En el espacio laboral, no había desigual- 27

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