Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile

agricultores, con el alza de la tarifa del transporte público que ya no solo era la gota que rebalsaba el vaso, sino la chispa que encendía el fuego de unos malestares demasiado tiempo acumulados. Los demás: las identidades plurales y díscolas, en una tierra que se quería blanquita, pareja, disciplinada y sin conflictos. Los demás: el pueblo. *** La palabra “pueblo” figura 79 veces en el nuevo texto constitucional. Así en el preám- bulo: “Nosotras y nosotros, el pueblo de Chile, conformado por diversas naciones, nos otorgamos libremente esta Constitución, acordada en un proceso participativo, paritario y democrático”. Pero no solo “pueblo”, sino también “pueblos”, en plural. “Chile reco- noce la coexistencia de diversos pueblos y naciones en el marco de la unidad del Esta- do” (art. 5). O: “Son pueblos y naciones indígenas preexistentes los Mapuche, Aymara, Rapanui, Lickanantay, Quechua, Colla, Diaguita, Chango, Kawésqar, Yagán, Selk'nam y otros que puedan ser reconocidos en la forma que establezca la ley” (art. 5). O: “Los pueblos y naciones indígenas y sus integrantes tienen derecho a la identidad e integridad cultural y al reconocimiento y respeto de sus cosmovisiones, formas de vida e institucio- nes propias. Se prohíbe la asimilación forzada y la destrucción de sus culturas” (art. 65). *** El faro aparece con nitidez en los más de cien artículos de derechos sociales garanti- zados por el Estado, que estuvieron en las pancartas de las movilizaciones de los últimos años. Derecho, por ejemplo, a tomar decisiones sobre el propio cuerpo y a una materni- dad voluntaria, a la identidad, al trabajo decente, a una vivienda digna, a los cuidados y al reconocimiento de las labores domésticas, a la libertad sindical, a la seguridad social, a la salud, a la educación gratuita, a envejecer con dignidad, al agua y al aire (¡al agua y al aire!), al deporte, a la ciudad, a la cultura, a la información, a la muerte digna, a la no discriminación o a la vida libre de violencia de género. La herida aparece como un compromiso de reparación, que es también un ajuste en el léxico transicional. Se acaba una retórica. El texto nos deja la imagen de un país que se reconoce al fin sin la máscara del hielo para constatar lo que somos y lo que fue negado por escrito durante cuatro décadas. *** La amiga mexicana —que en realidad es mucho más experta en faros que en heri- das— sale del silencio de las expresiones grandes y feas. Y cuenta que los faros fueron construidos para hacer llegar el mismo mensaje que transmitían los náufragos con el lenguaje del fuego: “aquí hay humanos”. Esa sería la aspiración de estas torres de luz que ayudan a reconocer la ruta, dice. Y yo le digo que aquí mismito, en este país con nombre de ají, hay humanos que aspiran a reconocer la ruta común para relacionarse en armonía y de modo interdependiente con los demás humanos, con la “hermosa morenidad” de la que hablara Elicura Chiuailaf o las “locas mujeres” que convocaba Gabriela Mistral, pero también con los otros animales, con los ríos, con los bosques, con la montaña, con el desierto y la pampa, con los ventisqueros, con la tierra, con los minerales, con las toneladas de hielo: con la porción del planeta que habitamos y nos seguirá albergando si no lo destruimos. ALEJANDRA COSTAMAGNA (Santiago de Chile, 1970). Ha publicado, entre otros libros, Dile que no estoy (2007, finalista del Premio Planeta- Casa de América), y los libros de cuentos Últimos fuegos (2005, Premio Altazor), Animales domésticos (2011), Había una vez un pájaro (2013), Imposible salir de la Tierra (2016) y Cruce de peatones (2012). Ha escrito para las revistas Gatopardo , Letras Libres y El Malpensante , entre otros medios. En 2008 recibió el Premio Anna Seghers de Literatura, en Alemania. 9

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