Palabra Pública N°26 2022 - Universidad de Chile

periodistas, odontólogas, ingenieros, actrices, machis, ajedrecistas, contadores, lin- güistas, matronas, asistentes de párvulos, estudiantes: 77 mujeres y 77 hombres de las distintas esquinas de Chile, de entre 21 y 81 años, que en su gran mayoría estudió en colegios públicos o subvencionados, en un país donde quienes toman decisiones suelen venir de unos pocos colegios privados. *** El faro es el país que proyecta el texto: una sociedad comprometida con los derechos humanos, que recupera el sentido comunitario y se admite diversa y equitativa; que garantiza que las mujeres estarán representadas en igualdad de condiciones con los hombres y ocuparán al menos la mitad de los espacios de toma de decisión; que reduce las desigualdades de grupos excluidos por años y va- lida los diferentes modos de familia, más allá de los vínculos de sangre; que habla de crisis climática y deja de proyectar la naturaleza como una fuente de recursos apropiables y extraíbles como el botín de unos pocos: que desmonta la batería de expresiones demasiado grandes, demasiado feas para garantizar que en Chile “no hay persona ni grupo privilegiado” (art. 25). *** La herida es el país del que venimos. Una sociedad que transitó desde la mons- truosidad de la dictadura hacia una democracia que fue alivio y respiro, en la que dis- minuyó la pobreza y hubo acceso al consumo y también libertad política y promesas de reparación, pero que pronto mostró su atadura de manos y su matriz pactada. Una democracia con ruido de sables primero y desdén o inercia después; con un Estado retraído, instituciones públicas desmanteladas y una idea de progreso eco- nómico sin consideraciones medioambientales ni de diversidad cultural. Desde los tempranos noventa se había instalado una retórica del éxito y del consenso. Un país habitado por la “gente”, ya no por el “pueblo”. Ciertas palabras de pronto hacían ruido, sonaban opacas o incluso subversivas. “Gana la gente” había sido, de hecho, el lema de campaña de Patricio Aylwin para ese Chile que ahora se mostraba frente al mundo con 85 toneladas de hielo antártico transportadas para la Expo Sevilla de 1992. La proyección del relato que se quería: un país eficiente, económico, sin des- víos. Sin pueblo. Un lenguaje eficiente, económico, sin desvíos. Sin pueblo. *** La transición: un faro con el lente sucio, unas heridas camufladas. Una “demos- gracia”, dijo entonces Pedro Lemebel. Una democracia confinada, dijo más tarde Diamela Eltit. Una democracia que profundizó la arquitectura neoliberal amparada en la Constitución de 1980 y contribuyó a generar un Chile que se volvió cada vez más dos Chiles: el de las elites y el otro . El audio de Cecilia Morel filtrado en redes sociales al inicio de la revuelta de 2019 dibuja con exactitud el Chile de las elites y su desconexión: “Es como una invasión extranjera, alienígena”, balbuceaba la primera dama. Y se veía forzada a concluir, tan incrédula como espantada, que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. *** Los demás: los alienígenas. Los demás: esas otras y otros que de pronto se hacían visibles con sus cuerpos verdes intoxicados por arsénico y plomo industrial, con las espaldas curvadas de tanta deuda, con jubilaciones de vergüenza, con una salud y una educación mercantilizadas e inaccesibles, con dobles y triples jornadas laborales, con cárcel para las mujeres que interrumpieran su embarazo aunque estuviera en riesgo su vida, con despojo de tierras indígenas, con el agua secuestrada por grandes «La herida aparece como un compromiso de reparación, que es también un ajuste en el léxico transicional. Se acaba una retórica. El texto nos deja la imagen de un país que se reconoce al fin sin la máscara del hielo para constatar lo que somos […]». 8

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