Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
E n el hall del MAC de Parque Forestal nos encontramos con una gran caja de madera con puntales que sostienen sus lados. Los tonos llaman la atención de quien ingrese al edificio, porque se genera un fuerte recorte entre el azul de la estructura y los blancos del museo. A su vez, las columnas y arcos neoclásicos contrastan con las simples tablas de las que está construido este contenedor. Uno de sus lados tiene una gran puerta desde donde se ve una serie de rectángulos que recubren los muros interiores; a la dis- tancia no se puede entender claramente qué hay en ellos. Al entrar podemos ver bien: son 525 pinturas que van casi desde el techo al sue- lo. Todas ellas manejan una escala cromática igual (azul cobalto, ocre amarillo, laca carmín y blanco de zinc), por lo que los muros se sien- ten relativamente uniformes a pesar de que las obras re- presentan distintas cosas. La luz es cenital, fría e igual- mente distribuida, de modo que ninguna tela tenga mayor protagonismo que la otra. Quien ingresa a este contenedor queda envuelto por una arquitectura que define un espacio limitado, no hay ventanas ni fugas posibles. Lo que ves es lo que hay. Y, al mismo tiempo, la retícula impuesta por los bastidores exacerba esta sensación de orden absoluto, como si dentro de la caja azul no cupiera ni siquiera una mínima desviación. Pero lo más curioso es que todo esto que describo no es una “obra de arte” como tradicionalmente vemos en un museo, es un objeto que transita en los límites de disciplinas y que encuentra en el MAC un lugar donde desplegarse sin problemas. Más específicamen- te, es el pabellón chileno para la Bienal de Arquitec- POR DIEGO PARRA tura de Venecia recién pasada, llamado Testimonial Spaces y curado por Emilio Marín y Rodrigo Sepúlveda. El proyecto en cuestión implicó trabajar con la historia de la población José María Caro, ubicada en Lo Espejo, donde los vecinos proporcionaron testimonios sobre cómo han vivido en dicho lugar cargado de distintas memorias desde la década del 60 hasta la actualidad (la pregunta se vinculaba con el tema general de la Bienal: “¿Cómo viviremos juntos?”). Estas vivencias fueron traducidas a las 525 pintu- ras encargadas a 21 pinto- res dirigidos por el artista Pablo Ferrer, quien actuó como director de conteni- dos, junto con los curado- res. La decisión de inter- pretar pictóricamente las historias seguramente sig- nificó una gran discusión, ya que muchos habrían op- tado quizá por la fidelidad de la fotografía o incluso por quitar cualquier mediación e instalar directa- mente las voces de quienes recuerdan. La pintura hace años que perdió su lugar protagónico a la hora de registrar el pasado y se convirtió en una práctica más bien íntima, por lo que los curadores debieron idear un método que atenuara aquellos mecanismos que hacen de ella un medio personal y autónomo. De ahí la paleta limitada, los formatos idénticos, la falta de individualización en los personajes, la au- sencia de marcadores idiosincráticos y la axonomé- trica forzada en la vista del paisaje. Ingresar a este cubículo es lo más cercano que po- demos estar a experimentar una pintura social y pú- blica, puesto que ninguno de los 21 pintores aparece en sus telas como ellos acostumbrarían. Mediante el Pintores obreros Testimonial Spaces, en el MAC de Parque Forestal Fotos: Felipe Fontecilla 56
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