Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
paisajes, además de admitir la exis- tencia de territorios reclamados por las naciones despojadas, y buscar, por tanto, reparaciones para asegurar un nuevo pacto de convivencia entre los pueblos de la comunidad política plural que emerge. Todo ello implica reconocer : no es un gesto de bienaventuranza mul- ticultural, sino un acto político de convivencia entre naciones y pueblos, un pacto para vivir en común que remueve cimientos generales, que sa- cude estructuras tradicionales enquis- tadas del Estado decimonónico, que invita a pensar tanto los derechos de los pueblos indígenas como las formas políticas mediante las cuales se distri- buye el poder. La urgencia de superar el multiculturalismo La espada de Inés de Suárez duran- te el siglo XIX tuvo una actualización fatídica. Utilizando supuestos mo- delos científicos, se construyó la idea de civilización versus barbarie, dando pie con ello a impulsos colonizado- res por parte del Estado republicano; colonialismo interno o colonialismo de colonos le llama el pensamiento mapu- che contemporáneo. Si bien muchas de las actuales situaciones políticas se explican por estos procesos de despojo e inferiorización, los modelos de ex- clusión se refinaron. Durante la primera mitad del si- glo XX, mediante un uso limitado de la idea de mestizaje, se intentó superar la existencia indígena en el país me- diante su incorporación en el ideal nacional. Es lo que se conoce como indigenismo : ya no se era mapuche, aymara o rapanui, sino que chilenos todos. Esta operación asimilacionista comenzó a ser fuertemente criticada desde las décadas de 1970 y 1980, cuando surgieron nociones como los derechos colectivos de los pueblos in- dígenas o la reclamación por autono- mía y autodeterminación. Ante este nuevo escenario, la ex- clusión se adornó de multiculturalis- mo, promoviendo aceptaciones cul- turales despolitizadas, celebrando la plurinacional busca infiltrarse en cada operación política de lo público, edifi- cando una aspiración profunda, a sa- ber, reconstruir lo general y repensar lo universal, muy lejos de las acusaciones identitarias y separatistas levantadas por el establishment intelectual. Los pueblos indígenas buscan ser parte del quehacer político de lo total, y para ello un mínimo gesto de reparación y acto de justicia redistributiva son los escaños reservados. Por otra parte, y quizás este es el mayor triunfo de los convencionales indígenas, se ha logrado articular la plurinacionalidad con las demandas de autodeterminación y territorio. Dado que existe un reconocimiento de la preexistencia de los pueblos in- dígenas respecto del Estado, se señala en el artículo recién citado que las naciones indígenas “tienen derecho al pleno ejercicio de sus derechos colec- tivos e individuales. En especial, tie- nen derecho a la autonomía y al auto- gobierno (…) [y] al reconocimiento de sus tierras y territorios [terrestres y marítimos]”. Este es un salto cuali- tativo respecto a derechos colectivos indígenas en Chile, y ubica por fin al país en el siglo XXI. Con todo, un viejo anhelo de los movimientos indígenas comienza a emerger en el horizonte, y la posibili- dad de profundizar la democracia en clave plurinacional está cada vez más cerca gracias a la Convención Cons- titucional. He podido observar que el trabajo de los convencionales indíge- nas y sus keyufe (asesores) ha sido ti- tánico, como titánica será la tarea de materializar esos sueños compartidos luego del plebiscito de salida. Como sea, lo cierto es que la plurinacionali- dad ya infiltró el sistema político, y su manifestación enChile será imparable. Quizás es apresurado, pero —a buena hora, Inés—, quizás hoy estamos más cerca que ayer de vivir juntos. CLAUDIO ALVARADO LINCOPI Historiador e investigador del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas, CIIR. diferencia como atributo individual, mas no colectivo, impulsando incluso la comercialización de “lo nativo” y “lo ancestral”. Etnofagia se le ha lla- mado. Este momento multicultural, como bien reflexiona Claudia Zapa- ta, vive una crisis desde hace algunos años, sobre todo por demostrar su in- capacidad para solucionar conflictos históricos e impulsar reconocimientos que no ponen en tensión las estructu- ras del poder. Ante esta crisis, emerge la idea de la plurinacionalidad como posi- bilidad de transformar esos reconoci- mientos en redistribuciones del poder y de las condiciones materiales de existencia, particularmente la tierra y el territorio. Entonces, cuando se dice plurinacionalidad, se intenta situar la simetría en la relación entre los pue- blos y buscar rutas para redistribuir la capacidad de gobernanza sobre los territorios y las estructuras institucio- nales, tanto las propias de los pueblos indígenas como las del Estado. Todo ello, por supuesto, necesita de traduc- ciones concretas para cada realidad, y en aquel desenvolvimiento práctico nos encontramos. ¿En qué va la Convención Constitucional? Hay algunas pistas que anuncian la concreción de nuestra plurinaciona- lidad en relación con la redistribución del poder al interior de la Convención Constitucional. Por una parte, hay una aspiración de transformar toda la estructura estatal para evitar ser arrin- conados en políticas de focalización, sobre todo mediante la instauración de escaños reservados para indígenas que promuevan políticas plurinacio- nales desde las universidades hasta el Congreso, desde la Justicia hasta el Ejecutivo. De hecho, en un reciente artículo aprobado por el pleno de la Convención Constitucional se señala: “El Estado debe garantizar la efectiva participación de los pueblos indígenas en el ejercicio y distribución del po- der, incorporando su representación en la estructura del Estado”. Aquí, lo 44
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