Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
H ay un guion de la his- toria nacional que ha buscado edificar el país como un oasis, o mejor aún, como una isla, una tierra aislada por el mar y la cordillera, y que en su aislamiento ha edificado un pueblo amalgamado bajo la som- bra de los héroes patrios. Pero algo aconteció un 18 de octubre: esos hé- roes petrificados en la monumentali- dad pública fueron rasgados y/o satu- rados de sentidos, y sobre ellos se izó una tela como símbolo improbable, la bandera de un pueblo ensombre- cido movilizando nuevas voluntades colectivas, la wenufoye . Y entre esas fracturas desmonumentalizadoras e ideaciones de una nueva comunidad política en emergencia, de contactos y flujos culturales varios, brotó, des- de largas ensoñaciones indígenas, una nueva palabra para el debate público en Chile: plurinacionalidad. No era parte del canon, nadie an- tes sino los movimientos indígenas habían empujado esta “palabra má- gica” para intentar construir puentes de diálogos políticos y culturales, y empujar agendas que garantizaran derechos colectivos. No ha sido fácil, las nociones políticas son campos de disputa y solo alcanzan sentido cuan- do son significados mediante la sutura de los lenguajes heredados y las diatri- bas de las nuevas quimeras. Y en ese empalme nos encontramos, siguiendo una pulsión que toma cuerpo, que se edifica como nuestra plurinaciona- lidad y dialoga con ideas hermanas como autonomía y territorio, sosteni- das en principios básicos como reco- nocimiento y redistribución del poder y de las condiciones materiales de exis- tencia. El desafío es inmenso e implica fuertemente a las sociedades indíge- nas, pero también sacude definiciones basales de la sociedad chilena. Inés, ¿podemos vivir juntos? Un momento de conmoción ma- yúsculo en la obra Xuárez , dirigida por Manuela Infante, es cuando Patri- cia Rivadeneira, interpretando a Inés de Suárez, duda frente a un grupo de mapuche que quemaron Santiago un 11 de septiembre de 1541. Su desti- no, como sabemos, es decapitar esas cabezas y afianzar con ello la reciente conquista e instalación de las fuerzas hispanas en el valle del Mapocho. En la obra, Inés duda, y en ese momento las futuras cabezas degolladas comien- zan a entonar en coro: “hazlo Inés, haz lo que debas hacer, para alertar a los nuestros de lo que son capaces los vuestros, para que nunca lleguen a confiar, para que se levanten a vuestro paso donde sea que caminen”. La decapitación como un aviso, como una advertencia de siglos. San- tiago de Chile, la capital del Reyno y luego del país, desde hace casi 500 años sostenida sobre un rito sacrificial del colonialismo. Parece un trágico vaticinio que, con el paso del tiempo, lamentablemente se ha tornado una aciaga certidumbre. Aquí yace un primer dilema que los propios chilenos deberán con- testar. Inés, ¿podemos vivir juntos? Es una respuesta que no compete a los pueblos indígenas, le compete a los chilenos y su historia, y sobre todo a los chilenos y sus futuros. ¿Se logran imaginar conviviendo con otros pue- blos y naciones en la misma comuni- dad política? Tiendo a pensar, todavía con la ensoñación utópica que habitó la revuelta popular, que hay margen para esa posibilidad. En cualquier caso, plurinacionalidad no es una cuestión solo de indígenas, sino que es una cuestión de Chile y su atadu- ra con las decapitaciones de Inés. Es Chile, los chilenos y sus fantasmas. Reconocimiento, el primer paso Escribir una Constitución es, de algún modo, una batalla cultural. Las ideas circulan, se propagan y refugian entre nichos y multitudes, son masti- cadas por primera vez para algunos, mientras que otras encuentran el mo- mento definitivo para irradiar el mun- do luego de años y décadas de susurros y pregones. Y entre esas novedades y expansiones, las palabras se tensionan, la pugna se hace carne, las posiciones se encuentran y conflictúan, y aunque la batalla toma forma de lid legislativa, se discuten horizontes de convivencia mediante una lucha por el lenguaje, que recorre toda la sociedad en una realidad desigualmente estructurada. Hace algunos días, el exalcalde de Temuco y actual diputado de Renova- ción Nacional Miguel Becker —perte- neciente a una tradicional familia de colonos alemanes de la zona—, ante el crecimiento y difusión de la palabra Wallmapu al interior del lenguaje polí- tico, utilizado incluso por la ministra Izkia Siches, decía: “No se llama Wall- mapu , se llama Región de La Arauca- nía y así estamos orgullosos de llamar- la”. El proceso constituyente, en tanto debate cultural, ha permitido que sal- ga a flote una batería de conceptos anteriormente vedados, entre ellos, el lenguaje de la plurinacionalidad, un lenguaje que abruma a ciertos sectores, volviéndose un desafío ineludible para la constitución de lo plural. Es que, durante los últimos meses, entre los viejos salones del Congre- so Nacional han retumbado palabras como descolonización, itrofil mongen , poyewün , derecho de la naturaleza, Wallmapu , autonomía, pluralismo ju- rídico, territorio; una serie de catego- rías que a oídos de las élites blanqueci- nas resuenan incómodas, incluso más, emergen incomprensibles. Aquí yace un gran desafío de la plurinacionali- dad: reconocer los lenguajes ocultos, habitar una acción comunicativa don- de lo que antes eran susurros se vuelve presencia simétrica, permitiendo con ello la construcción de un espacio de diálogo de racionalidades. Este recono- cimiento implica volvernos inteligibles unos con otros, aceptar la condición humana de los diversos pueblos, con sus trayectorias y proyecciones. No se trata de tolerancia, sino de atribuirnos entre todos los pueblos las capacidades para construir una vida común en si- metría de dignidades. Esto significa también reconocer diversas formas culturales de organi- zación de lo político, junto con asen- tir sobre la existencia de una serie de modelos de justicia y de salud que conviven y se traslapan, así como lenguas que cohabitan los mismos 43
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