Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
pie juntillas resultaron no ser ciertas. Lo que más echo de menos es mi ni- ñez, porque uno vivía en un país que era pobre, pero infinitamente más solidario; la vida era más en común con la gente. Ibas a comprar a la ver- dulería que estaba al lado de tu casa y no a esos monumentos anónimos que son los supermercados. ¿Y cómo ve lo que está pasando en la política hoy? —Ahora con la Convención Constitucional hay un poco de espe- ranza, porque los cambios que hay que hacer son fundamentales para que este país tenga un sentido. Mu- chos se van a ver afectados, sobre todo la derecha económica y los grupos de poder. Va a ser un periodo difícil, y es de esperar que podamos resolverlo. Un artista irracional Creador multifacético, Guillermo Nuñez partió trabajando en el teatro. Tenía poco más de 23 años cuando se convirtió en el diseñador del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, para el que creó más de cien escenografías y trajes que ahora serán rescatados gracias al proyecto Patrimo- nio Escénico TNCH: catalogación, con- servación, registro y puesta en valor de la colección Guillermo Núñez , a cargo de la diseñadora teatral Valentina San Juan, quien acaba de adjudicarse un Fondart para hacer esta tarea. Durante la década de 1950, el artista diseñó la escenografía, deco- rados y trajes de producciones como El tío Vania , de Chéjov, El alcalde de Zalamea , de Calderón de Labarca, Las preciosas ridículas y El médico a palos , de Molière; Todos son mis hijos , de Arthur Miller, o Fuerte Bulnes , de María Asunción Requena. Hasta que a inicios de los 60 decidió abandonar las tablas por lo que él consideraba “su amante de los domingos”: la pintura. —Me fui separando del teatro cuando me di cuenta de que mi ac- titud como escenógrafo era dema- siado elitista; cada vez tomaba más importancia lo que yo quería decir. En ese sentido, me interesaba más mi posición como pintor. Me retiré y no he tenido nada que ver con el teatro salvo por una aventura en Europa, cuando hice los decorados para Ful- gor y muerte de Joaquín Murieta en un teatro en Alemania. Hace poco me lanzaron una invitación para hacer algunos decorados para una ópera en el Teatro Municipal de Santiago, pero dije que no. A estas alturas, ha- ría una escenografía de pintor, y eso no tiene sentido. Los últimos decora- dos y trajes que diseñé eran demasia- do personales, ya se habían desligado totalmente de la idea del colectivo. Hoy, mi hijo Pablo es encargado del vestuario del Teatro Municipal. Él sí vive el teatro desde dentro con pa- sión, como tiene que ser. Fue con la pintura que apare- ció su versión más comprometida, política y abstracta. Aparecieron los rojos, negros y azules profundos; las espinas y púas, los cuerpos desmem- brados que aludían a la destrucción y la violencia humana. Comenzó con el óleo, pero pronto experimentó con el grabado, la serigrafía, la foto- serigrafía y el arte objetual. Tuvo también un periodo que él llamó “poplítico”, a partir de un viaje a Nueva York a mediados de los 60, donde se enfrentó a la gráfi- ca y a los colores vivos del arte pop estadounidense y que lo llevaron a crear imágenes hoy icónicas, como el “leguario” (la boca con la lengua afuera) de varios colores, al más puro estilo de Andy Warhol. Después de una vida entera dedi- cada a sus grandes cuadros, en 2018 Núñez también dejó de pintar. Ahora está en conversaciones con la Vicerrec- toría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile para donar una veintena de esas obras a la institu- ción, con la idea de que sean exhibidas en alguna de sus sedes. —No existe lugar en ningún museo chileno donde mis obras se puedan mostrar de forma perma- nente, y la Universidad de Chile es para mí el destino natural. Le debo a ella y al Instituto Nacional lo que hoy soy. Soy fruto de la educación pública, entonces esta donación es una manera de retribuir lo que ella me dió. Es lo justo —dice Núñez. ¿Siente que su trabajo es poco conocido? —Bueno, dentro de la ley que creó los Premios Nacionales se esta- blece que los premiados deben darse a conocer al público, pero eso no se cumple. ¿Alguien sabe quién es Pa- blo Burchard, el primer Premio Na- cional? Nadie. No se han escrito li- bros sobre él, nunca se ha hecho una exposición siquiera, hasta donde sé. Entonces, claro, debería existir un museo de los Premios Nacionales. Hoy el premio está convertido en una especie de magra jubilación, y hay tantos artistas esperándolo, que es injusto, porque muchos se lo me- recen, pero no alcanzan a recibirlo. 28
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