Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
social. “Hay una capa de artistas que son de extracción popular y que tie- nen muchas habilidades, pero que no se pueden desarrollar porque no se les permite expresarse abiertamente. Hay muchos quienes dibujan y venden sus dibujos a luca en la calle y, lo que es peor, los pacos los toman presos y les quitan sus cosas; entonces el artista pasa a ser un delincuente. Esos jóve- nes fueron quienes, en los días de la revuelta, pudieron volverse locos y hacer cosas fantásticas. Los artistas de museo, en cambio, casi no participa- mos de eso. Hay un abismo enorme y eso me desconcertó”, dice. “No sé si todo lo que escribieron les sale del alma. Nosotros, los artistas de museo, somos contra quienes están reaccionando, o tal vez algunos toda- vía nos quieren. Quizás si hubiese sido joven para el estallido habría estado con esos chicos en la calle; de hecho, yo puse algunas cosas, pero, claro, las hice en la casa y algunas las pegaron en los muros. Mi defensa son los años. No tengo los treinta y tantos que tenía en la Unidad Popular”. En ese entonces, Núñez era parte de una avanzada de pintores políti- cos que veían en el arte una herra- mienta de lucha efectiva contra la opresión de las clases sociales y el conservadurismo de la época. Ahora, confinado en su casa de Peñalolén debido a la pandemia, pone en duda el poder político del arte. —Sigo trabajando todos los días, a veces fatigado y aburrido de la mo- notonía. En cierto modo, me he teni- do que abstraer de lo que sucede afue- ra, porque me he dado cuenta de que uno no tiene ningún poder de cam- bio sobre estas cosas; lo que yo haga no significa nada. Los artistas somos una especie de seudoaristocracia sin ningún poder. Si alguna vez tuvimos ese peso o creímos que lo teníamos, eso ya no es así”— dice. Para el gobierno de Allende los artistas se volvieron muy importan- tes y visibles. —Ese fue nuestro periodo maravi- lloso. Era todo un pueblo entusiasma- do con una idea de cambio generosa y alegre, y con sentido de la realidad, porque sabíamos que no lo teníamos todo y que se estaba construyendo algo con las patas y el buche, pero había mucha generosidad y ánimo de entenderse unos con otros, y eso fue lo hermoso. Y claro, muy pronto todo fue destruido violentamente. El 3 de mayo de 1974, Guillermo Núñez fue detenido y torturado por agentes de Pinochet, luego de haber albergado a un dirigente del MIR. Semanas antes de ser apresado, había conocido a quien se convertiría en su esposa hasta el día de hoy, la crítica literaria Soledad Bianchi, quien man- tuvo intacta la esperanza de volver a reunirse con él. Tras cinco meses, lo liberaron bajo libertad condicional. La expe- riencia lo marcó profundamente: por un lado había vivido en carne propia la represión estatal y, por otro, se reencontraría con su compañera. Fue Bianchi quien ayudó al artista a armar su primera exposición luego de su liberación, la que consistió en una serie de jaulas dentro de las que Nuñez puso diversos objetos y cua- dros, que apelaban directamente a la experiencia vivida. Al día siguiente de inaugurar en el Instituto Chileno Francés, el artista fue detenido otra vez por los militares. ¿Por qué se arriesgó sabiendo que estaba bajo la mira de la dic- tadura? —Lo que viví estando preso cam- bió todo lo que había hecho en mi pintura. Las noticias que antes me habían inspirado ahora me estaba pasando a mí. Había una necesidad absoluta de salida frente a eso que ha- bía vivido, y sabía los riesgos. Uno era que me metieran preso, como ocurrió, y otro que no me hicieran nada y eso era peor: que no tuviese ninguna re- percusión. Mis hijos me decían: “papá, te van a meter preso”, pero no habría tenido el valor de mirarme al espejo si no lo hubiese hecho, habría sido un cobarde. Lo hice en cierto sentido por solidaridad con mis compañeros que habían quedado presos, porque a mí me habían soltado en libertad condi- cional, de modo que tenía esa obliga- ción moral. ¿Por qué cree que lo dejaron vivo, siendo que a otros artistas, como Víctor Jara, los asesinaron? —Lo de Víctor fue en el primer momento, donde primaba la total irracionalidad de los militares. Yo caí en manos de la Fuerza Aérea mucho tiempo después, y ellos al parecer te- nían una actitud diferente, un poco más tranquila; querían investigar más, no llegaban y mataban. La fuer- za más represiva era la de la Dina, que dependía del Ejército, quizás si ellos me hubiesen metido preso sería dife- rente la historia. Tras estar en Tres Álamos y Pu- chuncaví por otros cinco meses, los militares decidieron liberarlo con un pasaporte válido solo para “salir del país”. Se exilió junto a Soledad Bian- chi en Francia y solo regresó a Chile doce años después: —Durante la transición cada uno volvió a su casa, y de a poco el tema colectivo desapareció; nos vol- vimos más individualistas y nos en- frascamos en nuestros propios temas. Muchas de las cosas que creíamos a «Me he tenido que abstraer de lo que sucede afuera, porque me he dado cuenta de que uno [como artista] no tiene ningún poder de cambio sobre estas cosas; lo que yo haga no significa nada». 27
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