Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile

"Democracy", de Thomas Nemcsek. Thomas Nemcsek La democracia entra en crisis cuando se multiplican las víctimas de la discriminación, y entonces la simple “inclusión política” no parece ser la solución. La democracia repre- sentativa parece sin contexto y surge la idea de “democracia directa” como solución a la que se considera ya no un complemento relativo, sino como alternativa absoluta a la democracia representativa. Las expectativas que conducen hacia la democracia directa como radicalización de la democracia en general serían en parte efecto del individualismo y la particularización de las demandas. Esto implica un con- cepto de democracia caracterizado por la inmediatez, por una inmediación . ¿Entre qué? ¿Entre la voluntad de los individuos y el poder? En el marco de la “lucha de clases”, la demanda de inmediatez política tenía como hori- zonte la acción revolucionaria; en el tiempo de la multiplicación de las des- igualdades y de los grupos particulares que demandan “igualdad”, surge el problema de una democracia trabada en el cruce de expresiones múltiples de descontento y las demandas particula- res de autorepresentación . Dos condiciones relevantes en la puesta en cuestión de la democra- cia representativa serían, primero, SERGIO ROJAS Filósofo, profesor de la Facultad de Artes y de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Su próximo libro se titula El pasado no cabe en la historia . las expectativas políticas de individuos y grupos desagregados de las formas tradicionales de representación política (partidos políticos, sindicatos, etc.) y, segundo, una cierta concepción implícita de la democracia según la cual esta ha de ser la expresión directa de los excluidos, de las víctimas, de los que han sido marginados y discriminados. La democracia, pues, como mecanismo de reparación inmediata de la desigualdad , donde “inmediata” significa que se trata de corregir la desigualdad que padecen determinados grupos o individuos; por eso, como señala Dubet, “cada uno tiene interés en ser ‘más víctima’ que los otros”. La conciencia de la desigualdad en una sociedad institucionalmente en crisis tiende, naturalmente, a una radical politización de la democracia , y es este mismo proceso el que la enfrenta a una situación de colapso. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿no es acaso la democracia desde un comienzo —y esencialmente— un orden político del habitar humano? ¿Qué podría signifi- car entonces una “politización de la democracia”? De esto se sigue otra pregunta para conducirnos en la reflexión sobre este asunto: ¿es la democratización de la sociedad un medio o un fin? Si se la considera ante todo como un medio , entonces su realización se encarga por entero a la política, sanciona de antemano su fraca- so, medido con el rasero de lo inalcanzable. La indignación colectiva abraza lo imposible. En cambio, si se considera a la democracia en último término como un fin , esto no solo implica la idea de un proceso de realización siempre en curso, sino que comprende también una idea de comunidad, cuyo sentido último no es su “realización”, sino la conciencia siempre alerta respecto a múltiples formas de exclusión, tanto existentes como por venir. La posibilidad de —como lo enuncia Jean-Luc Nancy— ser todos juntos, todos y cada uno de todos trasciende la políti- ca, esta no puede ser asumida por la política; en suma, una “democracia plena” esencialmente no puede ser realizada. “La decepción ante la democracia —escribe Nancy— proviene de la expectativa de un reparto político de lo incalculable”; y dicha “expectativa” es lo que termina por agotar a la democracia. No se trata de que la democracia trascienda el conflicto, sino que es el conflicto mismo lo que trasciende la contingencia y ordena políticamente las diferencias internas en una sociedad. Esta fue la clásica función de la diferencia entre izquierda y derecha. Las causas de reivindicación o de denuncia en nombre de las cuales se arti- culan grupos movilizados políticamente pueden llegar a poner radicalmente en cuestión la legitimidad instituida del orden existente, pero lo hacen en nombre de los valores que ese mismo orden dice representar , en especial el principio de la igualdad. La realidad de la desigualdad y la discriminación no se reduce a la simple represión y olvido de lo particular en general, sino que más bien consiste en la exclusión que sería inherente a toda forma de representación política. La “inclusión” universal invisibiliza sus propias exclusiones particulares. ¿Qué hacer? Ante esta cuestión, Judith Butler se pregunta si acaso deben superarse siempre todas las exclusiones, y si acaso un imperativo de este tipo no significaría más bien la imposibilidad de la política. “La ‘inclusión’ de todas las posibilidades ex- cluidas —señala Butler— llevaría a la psicosis, a una vida radicalmente invivible y a la destrucción de la política tal como la entendemos”. Por lo tanto, la demo- cratización de la sociedad como un fin significa hacer ingresar en la política la conciencia de que todo orden de gobernabilidad genera inevitablemente formas de exclusión y discriminación, por lo tanto, de desigualdad. No podemos prevenir qué formas de desigualdad acontecerán en el futuro. Sin duda, ya existen modos de discriminación que por ahora nos resultan invisibles, desigualdades que aún no han adquirido visibilidad política. G E N 24

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