Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
chilenos más ricos y otros más pobres, pero hace 30 años había cuatro millo- nes de personas viviendo en campa- mentos, y hoy día son 100 mil. Antes había 100 mil personas que iban a la universidad, y ahora un millón 300 mil. (…) Esa caricatura de que el pro- greso económico le estaba llegando a algunos y a otros no, no me la com- pro”. Si estas cifras son reales, ¿por qué no logran contrarrestar la percepción de la desigualdad? Este es justamente el problema de fondo. La percepción que alguien tiene de que es discrimi- nado está esencialmente condicionada por su conciencia de que tiene ciertos derechos que no le están siendo reco- nocidos o respetados. Es decir, se trata, en la base de todo esto, de una concien- cia de la igualdad a partir de la cual no se reconoce la legitimidad de privile- gios de cuna, de herencia, de “raza”, de sexo, etc. La pregunta entonces es cómo llega a producirse esa concien- cia política de la igualdad, a partir de la cual se hacen manifiestas múltiples formas de discriminación hasta hace poco naturalizadas. La tesis del sociólogo François Dubet resulta muy relevante a ese res- pecto, cuando sostiene que “solo so- bre la base de una igualdad de princi- pio alguien puede ser discriminado y, desde ese punto de vista, el crecimien- to del tema de las discriminaciones es una de las consecuencias del progreso de la igualdad”. Es decir, la crisis de la institucionalidad política que impac- ta hoy sobre la democracia no se relaciona inmediatamente con una aritmética de la desigualdad, sino con la conciencia misma de la discriminación . En cierto modo, el sentido de la democracia consiste justamente en la construcción del ser común, sobre la base de un sentimiento compartido de igualdad en que nadie se sienta discriminado, pero la discriminación no es un hecho material y objeti- vamente verificable, sino que tiene que ver con procesos subjetivos que se viven cotidianamente (expresiones verbales, miradas, gestos; la vigilancia del guardia en el supermercado, ser mal atendido en una oficina pública, etc.). Como señala Dubet, “las desigualdades que afectan a cada individuo y las que caracterizan la sociedad no se ven ni se sienten de la misma manera”. Esto es esencial al pro- blema: la experiencia de la discriminación se va transformando en una cuestión cada vez más individual, con lo cual aumenta la conciencia de la desigualdad al tiempo que parece despolitizarse cuando desciende desde la representación polí- tica al resentimiento y luego al violento estallido infrapolítico. Este es un punto importante del agotamiento de la categoría de clase. El desarrollo del capitalismo va suprimiendo las barreras de clase , y esto da lugar a una progresiva desvinculación de los individuos respecto a posibles grupos de pertenencia y referencia política. El problema, entonces, no es solo el hecho de la desigualdad, sino el solitario padecimiento de esta. Hobbes anticipó esta “experiencia” cuando señalaba que el malestar entre los seres humanos no se debe solo a la natural competencia de todos contra todos, sino al hecho de que “cada ser humano considera que su compañero debe valorarlo del mismo modo que él se valora a sí mismo”. *** La tremenda dinámica del mercado financiero y de los circuitos digitales de información contribuye a la disolución de vínculos sociales. Este fenómeno queda ilustrado en lo que algunos consideran el fin de la clase media. Como señalan Colomer y Beale, “la antigua clase media se desperdiga en fragmentos como en un campo minado, cada uno de los cuales es vulnerable a detonadores de diferentes inclinaciones, en su mayoría nacionalistas contra una diversidad de enemigos. Esta es una fuente social principal de la actual agitación política”. De aquí entonces el racismo, la xenofobia, la aporofobia (fobia a los pobres) por parte de esa clase media desposeída. Si una sociedad tiene miedo, entonces no hay democracia. En efecto, en el tiempo del individualismo, aumenta el senti- miento de discriminación y, con ello, de exclusión. Como señala Dubet, “más que la explotación y las desigualdades sociales propiamente dichas, el desprecio es una suerte de medida general del sentimiento de injusticia”. Felipe PoGa 23
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