Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
«Es la consumación neoliberal del individualismo lo que se expresa en la pérdida de confianza en la democracia. Si bien el mercado puede ser territorio de expectativas, no puede serlo de esperanzas (…). No existe vida política sin esperanza, y esta es otra forma de nombrar la verdad de la democracia». mido el nuevo gobierno, un analista político en las redes sociales planteaba, desde la derecha, una contraposición entre lo que denominó “la teología po- lítica pagana de la nueva izquierda, que persigue el poder ilimitado” y “la tradi- ción judeocristiana en la que se ancla el Estado laico”. En esto hace síntoma el agotamiento del horizonte ilustrado de la democracia. Es justamente la consumación neoliberal del individualismo lo que se expresa en la pérdida de confianza en la democracia. Si bien el mercado puede ser territorio de expectativas, no puede serlo de esperanzas; la esperanza trasciende lo que pueda ser una exis- tencia traducida en cifras económicas. No existe vida política sin esperanza , y esta es otra forma de nombrar la ver- dad de la democracia. La esperanza es el modo en que la vida individual tras- ciende —sin sublimar— sus condicio- nes concretas de existencia y en eso a la política misma. Mark Lilla, historiador del pen- samiento político, ha reflexionado lo que denomina el fracaso de las “po- líticas de la identidad” en el libera- lismo y señala la que habría sido su consecuencia más grave en Estados Unidos: la llegada de Trump al go- bierno. En la perspectiva del análisis de Lilla, élites urbanas, con un alto nivel de educación, “se centran en el cuidado y nutrición de movimientos muy sensibilizados que disipan, en vez de centrar, las energías de lo que queda de la izquierda”. La izquierda se estaría transformando en un fenó- meno eminentemente universitario. El diagnóstico de Lilla pone también al individualismo en la base de lo que está sucediendo, conduciéndose los jóvenes hacia la “madriguera de la identidad”. El origen de esto radica, según Lilla, en una especie de “estado de ánimo”, un “romanticismo político” que considera a la sociedad y sus instituciones como una gigantesca falsedad que oprime la individualidad de las personas , su autonomía, su libertad. Pero calificar de “romanticismo político” el malestar de los individuos en democracia no nos permite avanzar en la comprensión del fenómeno. Las críticas desde la derecha a las denominadas “políticas de la identidad” apuntan justamen- te a la dificultad de traducir las demandas emergentes en proyectos políticos com- partidos más allá del descontento (el “neoconservador” Douglas Murray culpa a las políticas de la identidad de “conducir al mundo a la locura”). Por otro lado, desde la izquierda, Eric Hobsbawm sostenía que las políticas de la identidad significan un problema tanto para la derecha como para la izquierda. El principal problema político para la izquierda es “desintegrarse en una mera alianza de minorías”; se trata del “ocaso de los grandes eslóganes universalistas de la Ilus- tración”. Según Hobsbawm, esta universalidad es esencial a la izquierda, sin la cual esta se reduce a una especial sensibilidad frente a diversas formas de discriminación, pero en ausencia de “grandes causas universales” que articulen procesos políticos transformadores. El punto es que este debilitamiento de las “grandes causas” ha sido un efecto fundamental del coeficiente emancipador de la desnaturalización de los universales que bajo diferentes formas del ser común (la humanidad, la clase, la na- ción, etc.) invisibilizaban prácticas de desigualdad y discriminación. Sin embargo, ¿es posible la política, como la conocemos, sin “universales”? Lo complejo de esto consiste en que hoy se enlazan internamente la universalidad de los principios de libertad e igualdad con la difícil po- litización (que no es lo mismo que movilización) de sensibilidades que se definen a partir de una memoria particular de la desigualdad. La cuestión arriba planteada su- cede en relación con un proceso de progresiva mercantilización de la existencia como pilar del desarrollo, un aspecto esencial de lo que se nombra como “neoliberalismo”. La consolidación de un orden social donde priman el orden regulador del mercado y el principio de la competen- cia (no por vivir bien , sino por vivir “mejor”) bajo el criterio de la “meritocracia”, trae consigo el establecimiento de un principio de igualdad , pero se trata de la igual- dad entre los sujetos en competencia, y sucede que, como señalan Josep Colomer y Ashley Beale en su investigación sobre la crisis de la democracia en el mundo, “las personas que desean emular las posiciones de los demás no necesariamente se preocupan por la igualdad como valor general”. Si hoy la monetarización opera en buena medida como el patrón de logros, proyectos y expectativas personales, entonces el futuro está monetarizado . Por lo tanto, la legitimidad que desde allí se concede al orden en el que descansa la gobernabilidad depende de la confianza que el individuo tenga en que podrá alcanzar sus metas personales, debiendo estas traducirse en logros monetarios. No se trata de una mera resignación por falta de imaginación, sino de la imposibilidad de confiar en otra cosa que no sea el mercado. Esta situación equívoca genera confusión respecto a la evaluación que se hace del desarrollo de la economía chilena en las últimas décadas. En febrero de 2020, ya desencadenada la revuelta, un exministro de economía del anterior gobierno argumentaba: “Cuando se miran los beneficios del desarrollo, estos les llegaron a todos los chilenos. A unos más, a otros menos, y sin duda hay 22
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