Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile

a democracia está en crisis en el mundo. Varios análisis y diagnósticos coinciden en señalar que las causas de este fenómeno no remiten exclusi- vamente, en cada caso, a problemas de gestión gubernamental, sino a que la democracia misma estaría colapsando ante condiciones y problemas in- éditos que exceden a la política. La paradoja es que la democratización de la sociedad se confunde en los hechos con una completa politización de la democracia. La utopía (¿o distopía?) de una democracia sin resto . En Chile, la reciente asunción del presidente Boric, después de un proceso de agitación social que ponía en cuestión toda forma de institu- cionalidad en el país, se festeja como un triunfo de la democracia, esto es, de la expresión de la “voluntad popular”. La pregunta de fondo es contra qué triunfa la democracia hoy . En cierto modo, esta se ha impuesto sobre fuerzas e ideas que desde adentro de la democracia misma ame- nazaban (¿amenazan?) con “destruirla”. ¿Es posible amenazar a la democracia desde las urnas? ¿Y ello no implica ya una crisis estructural de la democracia? Esta cuestión ha estado presente en la discusión acer- ca de las dificultades y riesgos que tendrá que asumir el gobierno recién entrante, por ejemplo, cuando se plantea la disyuntiva acerca de si se tratará de un gobierno “maximalista o radicalista”. En cualquier caso, lo mismo que condujo a Gabriel Boric a la presidencia es lo que ahora enfrenta como un riego: las expectativas , pre- cisamente aquellas en lo que se tradujo el malestar que tomó cuerpo en la revuelta que se inició en octubre de 2019. En su reciente libro Democracia. La última utopía , el filósofo español Manuel Cruz señala: “cuando se hace bandera abstracta del sí, se puede , alimentando la expectativa de que todo es posible con ‘voluntad política’, la decepción de la ciudadanía está como aquel que dice cantada”. La demanda que hoy se escucha por doquier es “igualdad”, pero ¿de qué igualdad se trata? La igual- dad no es un hecho natural, sino una condición social. Me refiero a que la igualdad entre los seres humanos comienza por no existir , nace allí donde se la echa en falta. En 2016, el sociólogo Carlos Ruiz señalaba que “la desidentificación con la po- lítica va de la mano de una falta de confianza generalizada en instituciones como el Congreso, el gobierno, los partidos políticos, la iglesia, los medios de comunicación y los tribunales de justicia. La aparente quietud social de la gobernabilidad comien- za a tambalear”. Pues bien, las instituciones de la gobernabilidad no han dejado de “tambalearse” en el mundo. La causa de esto no sería solo la grave insatisfacción de demandas básicas de la población, sino cierta transformación en la naturaleza misma de las demandas. Es precisamente a lo que se refiere el término “malestar”, y es necesario prestar atención al coeficiente de subjetividad que se expresa en este término. El punto es que esta confrontación de las subjetividades con la institu- cionalidad política genera necesariamente un cuestionamiento de las condiciones mismas de la hegemonía política; la categoría de “clase social”, por ejemplo, ya no permite orientarnos en la contingencia del conflicto político. ¿Es posible pensar el ejercicio de la política más allá de la crisis de la hegemonía? Conforme al principio de lucha de clases , el cuestionamiento a la verdad del orden superestructural de la sociedad y la desnaturalización de las relaciones entre los seres humanos no tiene como consecuencia la desagregación y el aislamiento de los individuos, sino la conciencia de que los vínculos entre los seres humanos son sociales e históricos y que están en buena medida condicionados por el tra- bajo transformador del mundo que esos individuos realizan como clase trabajadora . Se trata, pues, de una conciencia política que se constituye en relación con el lugar que los seres humanos ocupan en el proceso de producción material de la vida. Así, la autoconciencia individual como germen de emancipación era a la vez conciencia de clase . La cuestión funda- mental que el concepto de hegemo- nía desarrollado por Gramsci venía a responder no es cómo la masa se hace parte del movimiento revolucionario, sino cómo es que el individuo se trans- forma en sujeto político (en la concien- cia de un nosotros político). En el presente, todo movimiento político emergente se define contra un adversario que lo fortalece como bloque, “hacia adentro”, pero también debe lidiar con el individualismo que en su propia base amenaza con debili- tarlo, “desde adentro”. El individuo y, en general, las sensibilidades particu- lares adquieren hoy un protagonismo que dificulta la operación hegemónica que fue esencial a la militancia y la acción política en el siglo XX. En su libro ¿Por qué ha fracasado el libera- lismo? , Patrick Deneen concluye: “el liberalismo ha fracasado porque el li- beralismo ha triunfado”. El liberalismo triunfante, según Deneen, establece el desarraigo como punto de partida, que hace lugar al individuo autónomo, sin ataduras de ninguna especie (religión, ideología política, la nación, la familia, etc.), lo que el autor interpreta como un “desmantelamiento de la cultura”. Un capítulo más en la niestzscheana “muerte de Dios”. Da para pensar el intermitente ingreso del tema religioso en el análisis de la contingencia políti- ca en nuestro país. Recientemente, con motivo de la ceremonia rogativa con pueblos originarios que se realizó en La Moneda, al día siguiente de haber asu- «No se trata de que la democracia trascienda el conflicto, sino que es el conflicto mismo lo que trasciende la contingencia y ordena políticamente las diferencias internas en una sociedad. Esta fue la clásica función de la diferencia entre izquierda y derecha». 21

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