Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile
—Es una muy buena cita. El problema con los cuentos es que tienen un inicio y un final, lo que implica una idea de progreso narrativo, y es problemático mirar la historia como hitos que se suceden unos a otros en una línea pro- gresiva. Respecto de Rusia, Putin ha usado mucho la his- toria. Lo hizo un par de días después de la anexión de Cri- mea, cuando instaló la idea de que Rusia y Ucrania eran un mismo país. Es un cuento que viene contando hace tiempo y lo repitió en su discurso de febrero, cuando anunció la in- vasión. Es una actitud muy colonial negar la soberanía y el derecho a existir de un país, la voluntad de un pueblo. Un cuento que está muy arraigado en Rusia es el de la Segunda Guerra Mundial, que ellos llaman la Gran Guerra Patria. Aunque no se llevaban bien, la URSS terminó en el lado victorioso junto a los Aliados, y sobre esa experiencia se formó un discurso de la Unión Soviética como un país que luchaba contra los nazis y el fascismo. Es una retórica que sigue muy presente en Rusia: la idea de que luchan contra el fascismo, el nazismo, contra un enemigo que se constru- ye siguiendo la figura de la Alemania nazi y que puede ser encarnado por cualquiera que sea nacionalista, separatista o crítico del poder. Es la justificación que se dio para la “operación especial” en Ucrania. ¿Cuáles serían los cuentos ucranianos? —Existe la idea de que Ucrania es un país que sobrevive a pesar de que han intentado dividirlo y hacerlo desapare- cer. Es una narrativa muy poderosa y construye la idea de que ellos escogieron ser un país, un estado, a pesar de las cosas horribles que han vivido durante siglos. Hay mucho orgullo relacionado con sus lazos históricos al Rus de Kiev, un estado medieval centrado en Kiev y vinculado a los vi- kingos, que se considera la cuna de la ortodoxia religiosa en el este de Europa. Luego están los cosacos, muy importantes en la narrativa nacional, porque gran parte de la cultura popular ucraniana está ligada a ellos y a la idea de que eran un pueblo semii- gualitario, seminómade, una protodemocracia. Incluso, lue- go de la Revolución Rusa de 1917, existieron dos repúblicas ucranianas, una en el este y otra en el oeste, y, a pesar de las divisiones, decidieron unirse. Por eso el voto por la indepen- dencia en 1991 tuvo cerca de un 90% de aprobación. Es curioso que la narrativa dominante rusa tenga relación con la Segunda Guerra Mundial y no con la Unión Soviética y con recuperar un poder político y te- rritorial perdido. ¿Cuánto de este discurso apunta a un nacionalismo ligado a la idea de una Gran Rusia? —Me haces pensar en cómo Estados Unidos se ve a sí mismo como el líder del mundo libre y al mismo tiempo lidera intervenciones en todas partes. El legado de la URSS es complicado, porque dejó una gran inestabilidad en los 90. Son las generaciones de los 60, 70 y 80 las que sienten nostalgia por la estabilidad de la Unión Soviética, por los discursos de la carrera espacial y los logros alcanzados. Pero no se habla mucho de cómo Putin ha evitado esa narrati- va y ha preferido echar mano al pasado imperial zarista, a la idea de una Gran Rusia o al reino de Moscovia en los últimos años de la Edad Media. Un discurso que supone que la Unión Soviética fue solo una versión diferente de Rusia, que no implicó una ruptura con el pasado histórico. Existe esta idea de que Rusia ha sido siempre como es y no debería cambiar nunca, lo que implicaría entonces la subyugación inevitable de países como Georgia, Ucrania, Bielorrusia, entre otros. En ese sentido, la Unión Soviética fue un imperio de naciones. Las herencias imperiales y coloniales Cuando se piensa los legados coloniales no se tiende a pensar en Europa como territorio colonizado. Pero el con- tinente está compuesto por múltiples realidades, y las de Europa del Este divergen radicalmente de las de su con- traparte occidental. “No todas las sociedades son postco- loniales de la misma manera”, recordó el teórico cultural jamaiquino Stuart Hall en su ensayo ¿Cuándo fue lo ‘post- colonial’? Pensando en el límite (1996). Para Hall, los usos de términos aparentemente descriptivos como colonialismo , imperialismo o neocolonialismo evidencian la poderosa carga epistemológica y conceptual que estos conllevan y cómo deben ser entendidos discursivamente. Se ha hablado de colonialismo o imperialismo con relación a los discursos tras la anexión de Crimea en 2014 y la guerra actual. ¿Hay intereses coloniales entre Rusia y Ucrania? —Hay líneas muy delgadas que separan lo colonial, imperial y neocolonial, y probablemente varíen según con quien hables. Para mí, imperialismo es lo que se vive en la zona debido a la hegemonía cultural y la prominencia de la producción cultural rusa sobre la ucraniana. Creo que el colonialismo, por otra parte, está más relacionado con las formas discursivas. Un ejemplo es negar verbal y narrativa- mente a Ucrania y a su gente como país soberano y abrazar un discurso de salvación, como si los rusos fuesen a liberar Ucrania y a salvar a su gente oprimida. Es muy similar a los discursos coloniales humanitarios del siglo XIX, a “la carga del hombre blanco”, como la llamó en un poema (Rud- «Existe esta idea de que Rusia ha sido siempre como es y no debería cambiar nunca, lo que implicaría entonces la subyugación inevitable de países como Georgia, Ucrania, Bielorrusia, entre otros». 14
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