Palabra Pública N°25 2022 - Universidad de Chile

2021, estuve en Kiev, en la conmemoración del aniver- sario número 80 de las masacres de Babyn Yar, un lugar ubicado en el centro de la ciudad donde decenas de miles de judíos fueron asesinados en pocos días en una redada ordenada por los nazis. El Museo Nacional de la Historia de Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial me pidió una donación de al- gunas pertenencias de mi abuelo. Como conté en mi pri- mer libro, Calle Este-Oeste , León vivió en Viena tras huir de Lviv. Se casó y luego del nacimiento de su primera hija, mi madre, huyó a París para escapar del Holocausto. Allí tam- bién se enfrentó a graves peligros y fue forzado a identifi- carse como judío: doné al museo de Kiev dos cuadrados de seda amarilla con una estrella de David y la palabra "Juif" (judío), que él guardó tras la guerra. Es terrible que durante los primeros días de marzo Bab- yn Yar y su memorial del Holocausto hayan sido bombar- deados por Putin. Tras el ataque con misiles, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky afirmó que el hecho iba “contra la humanidad” y acusó a Occidente de no hacer lo suficiente para detener al presidente ruso. ¿De qué sirve decir "nunca más" durante 80 años —dijo— si el mundo guarda silencio cuando cae una bomba sobre Babyn Yar? Tiene razón. Lviv y Ucrania no son los lugares lejanos que algunos podrían imaginar: están en el corazón de Euro- pa, de nuestros valores y principios, y del orden jurídico que se construyó en Núremberg. Si no actuamos hoy en conjunto para protegerlos, con el tiempo pagaremos un precio aún mayor. *** ¿Cómo llegamos a este punto? Las señales de alarma han existido durante años. En 2008 fui parte del equipo legal que representó a Georgia en su denuncia contra Ru- sia ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya por las violaciones al derecho internacional contra el grupo étnico georgiano en las provincias escindidas de Abjasia y Osetia del Sur. Me preocupé cuando el tribunal desestimó el caso por falta de jurisdicción. Desde ese entonces hemos visto lo que Putin está dis- puesto a hacer en Chechenia y en la región del Donbás, en el este de Ucrania, en especial tras la anexión ilegal de Crimea en 2014. La actual invasión es considerada por ciertos grupos como el último capítulo del proyecto de una Gran Rusia, evocando el modelo adoptado por Milo- sevic dos décadas atrás en su intento por erigir una Gran Serbia. La ambición de Milosevic causó un conflicto te- rrible y sangriento en el que Occidente al final reconoció que debía utilizar la fuerza militar. Putin justificó sus acciones en un discurso televisa- do a principios de marzo, transmitido la tarde previa al inicio de la ofensiva militar. En él expuso una lista de razones extravagantes para defender la invasión: que Ucrania es un país falso, que los rusos y los ucranianos son una sola nación y, por ende, lo mismo; que Ucrania es gobernada por un régimen nazi (un argumento curio- so dado que el país tiene un presidente y un primer mi- nistro judíos), que se estaría cometiendo un genocidio contra los grupos étnicos rusos en el este del país. Nin- guna de estas explicaciones resiste escrutinio. Recuerdan los argumentos espurios esgrimidos en Múnich en 1938, cuando Adolf Hitler de alguna forma convenció a las ti- moratas potencias occidentales de permitirle ocupar los Sudetes, en Checoslovaquia, con la esperanza de que sus aspiraciones fuesen satisfechas. No lo fueron. Para muchos ucranianos, la invasión no fue una sor- presa. Pero en Occidente hemos hecho la vista gorda por- que comemos de la mano de los rusos y sacamos prove- cho de los frutos de la oligarquía. No son solo nuestros políticos, sino también nuestros banqueros y financistas, compañías de petróleo y abogados; todos haciéndose ricos a expensas de otros y de la decencia. Esto mientras nues- tros tribunales y legislaciones son invocadas para proteger la nefasta reputación de quienes han conseguido entrar al Reino Unido con “visas doradas” 1 . Espero que en un futuro miremos con vergüenza este período, durante el que se permitió que Londres se con- 1 Programa especial del Reino Unido que permite que personas con fondos de inversiones mayores a dos millones de libras y una cuenta bancaria británica puedan postular a permisos de residencia junto a sus familias (N. de la T.). 8

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