Palabra Pública N°23 2021 - Universidad de Chile

consumen más — ergo , contaminan más— y tienen mejores herramientas para reaccionar frente a los desastres climáticos. En la historia de la humanidad, los problemas colectivos han sido un importante motor de transformación, pero la resistencia a los cambios en algunos casos ha desembocado en tragedia. ¿Cómo evitamos que eso nos suceda? Es más fá- cil pensar que encontraremos tecnología para salvarnos, pero cada día que pasa esas posibilidades se desvanecen. Ese exceso de optimismo —llamado tecno-fé —, el negacionismo o la brutal disonancia cognitiva nos permiten autoengañarnos mientras es posible. La urgencia de una transformación profunda en el corto plazo es cada vez más evidente, y para ello no solo debemos cambiar la matriz energética (lo que afecta todas las dimen- siones de nuestras vidas), sino además se necesitan cambios políticos y económicos en distintas escalas, que van desde las comunidades hasta la sociedad mundial. Los beneficios no serán directos ni inmediatos, por lo que la capacidad de gobernarnos con una mirada de largo plazo y con una pers- pectiva solidaria es fundamental, y para ello se requiere una gobernanza flexible, participativa y con capacidad de apren- dizaje para enfrentar los retos ambientales del siglo XXI. Al mismo tiempo, es esencial una coordinación global y local que nos permita cuidar el planeta y, a la vez, dejar es- pacio de innovación para una transformación rápida. Frente a esto, una alternativa es impulsar una gobernanza ambien- tal policéntrica y multinivel , modelo que consiste en respetar y promover la coordinación entre los diferentes niveles de toma de decisiones para la solución de los problemas am- bientales, aproximación que permite prestar mayor atención al rol de las comunidades en su diagnóstico y resolución. Quienes están en los territorios conocen mejor los ecosiste- mas en los que viven y las necesidades de sus habitantes, lo que les permite generar algún tipo de organización local, que también debe seguir directrices que respeten los principios que se aplican a nivel regional, nacional y global. Una gobernanza policéntrica multinivel favorece el respeto a las formas de vida distintas y permite que las co- munidades en sus territorios puedan administrar sus bienes comunes y proteger su ecosistema. Junto con los beneficios descritos, la utilización de este enfoque deriva en una mayor atención hacia las dinámicas de organización tradicional- mente excluidas en el diseño de políticas públicas. ¿Cómo recuperamos el equilibrio de nuestros ecosiste- mas? ¿Cómo restauramos el daño realizado? Ya no es sufi- ciente con un desarrollo sostenible. Además de controlar lo que afectamos, hemos llegado al punto en el que debemos recuperar lo perdido. Al analizar la trayectoria de la ciencia a lo largo de la his- toria, es posible constatar que los avances científicos dejan una estela de repercusiones—positivas y negativas—que van mucho más allá de lo que se logra visualizar en el momento. La autonomía funcional del sistema científico mundial, la sofisticación de sus conocimientos y sus medios de valida- ción han permitido ignorar esas consecuencias y han perju- dicado una adecuada comprensión de los fenómenos sociales actuales. De ahí que muchos problemas contemporáneos se aborden como si fueran sistemas triviales de inputs-outputs fácilmente predecibles. Este “pensamiento lineal” nos ha lle- vado a ser efectivos en abordar fenómenos concretos sin con- siderar los llamados “efectos colaterales”, una visión propia de la cultura occidental globalizada, que de distintas formas ha aplastado a culturas locales que suelen tener concepciones más respetuosas de los ciclos de la naturaleza. Cuando las estructuras sociales se vuelven tan relevan- tes para sí mismas que dejan de ver su contexto, perdemos la capacidad de entender nuestra propia dependencia con la naturaleza. La arrogancia humana — hubris , en palabras del antropólogo y ecólogo Gregory Bateson— nos ha vuel- to ciegos ante los ecosistemas que habitamos. El manteni- miento de un modelo de desarrollo basado en un hipotético crecimiento infinito y que ignora los límites planetarios no tiene sentido. ¿Cómo es posible que no lo veamos? Creo que lo vemos, pero nos cuesta creer que seremos capaces de hacer trasformaciones tan profundas por el bien común, así que ignoramos lo evidente a la espera de que las cosas se ordenen por sí solas. La buena noticia es que hoy tenemos una oportunidad. Desarrollar nuevos acuerdos sociales que se hagan cargo de los problemas del siglo XXI parece ser el gran desafío para los cambios políticos de los próximos años. El proceso que se inició con la redacción de una nueva Constitución abre la posibilidad de adoptar un modelo de gobernanza ambien- tal policéntrica y multinivel, que reconozca la naturaleza compleja del fenómeno climático a nivel nacional y local, sus factores sociales y territoriales. Tenemos la posibilidad de ponernos de acuerdo en un nuevo pacto social para decidir cómo vamos a cuidarnos colectivamente y redefinir cómo tomamos las decisiones sobre el territorio. En este contexto, es evidente la necesidad de impulsar una reflexión en las ciencias sociales y ecológicas sobre las características que deben tener los procesos de gobernanza ambiental, especialmente en conjunto con otros desafíos actuales. ¿Qué rol tenemos como universidades públicas? ¿Cómo logramos que el conocimiento que desarrollamos sea pertinente y accesible para quienes nos gobiernan? ¿Cómo articulamos el cada vez más necesario e insuficiente conoci- miento científico con otros tipos de conocimientos? ¿Cómo formamos profesionales capaces de liderar estos cambios, operar en contextos de incertidumbre, desarrollar tecnolo- gía y estrategias que nos permita avanzar en una transición climática justa? No podemos dejar pasar más tiempo para enfrentar con decisión estas interrogantes. ANAHÍ URQUIZA Antropóloga social. Doctora en Sociología por la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich y Ph.D. in Environment and Society del Rachel Carson Center, Alemania. Profesora del Departamento de Antropología de la Universidad de Chile. Investigadora del Centro del Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)². 43

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