Palabra Pública N°22 2021 - Universidad de Chile
que ahora hace noticia en el mundo es esa voluntad ciu- dadana de institucionalidad política que surgió en Chile desde la revuelta. La metáfora del “estallido” señala el momento en que el orden público fue impactado por el colapso del orden social imperante, producto de esa explosiva combinación de frus- tración, decepción, rabia e insatisfacción, que desde hace más de una década venía nombrándose como “malestar”. Todo esto resultó en un desfondamiento de la institucionali- dad política. El gobierno, los partidos políticos, el Congre- so, los municipios fueron desbordados por una insurrec- ción social que, ya lo sabemos, seguirá siendo objeto de investigaciones y tesis doctorales en las siguientes décadas. Lo que reflexiono en estas apretadas líneas es la relación que podría existir entre ese acontecimiento y las tres situacio- nes señaladas que le siguieron. Para algunos, el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 operó como contención de una “fuerza destituyente” que habría debido continuar; para otros, los resultados de las elecciones recién pasadas han dado lugar a lo que denominan “la institución del 18-O”. La revuelta que se inició en octubre de 2019, desbor- dando la institucionalidad política, fue el violento desenla- ce de un progresivo cuestionamiento al régimen de la repre- sentación (haciendo eco en ello también un largo proceso de degradación de las formas heredadas de autoridad ). El orden de la política se había ido transformando, al paso de déca- das, cada vez más en un orden de contención . Entonces vino el desborde, y la pregunta inmediata no fue “hacia dónde iba”, sino desde dónde venía . Aquella “fuerza destituyente” no era solo una movilización múltiple, descentrada y su- puestamente ajena a la política, sino más bien una radi- cal confrontación con la política misma. Las imágenes del desborde nos dan a entender que la revuelta no vino desde “afuera” de la política, sino que surgió desde abajo ; vino precisamente desde un territorio humano y social subya- cente al orden de la representación, una zona de deseos, intereses, expectativas, ganas, necesidades, etc., que no lle- gaban a ser representadas. Entonces, el acuerdo del 15 de noviembre no fue una contención de aquella “fuerza destituyente”, correspondía más bien a la necesidad de darle una dirección en el tiempo a ese proceso que emergió en la calle insurrecta. Esto no significa- ba “reingresar” la fuerza del malestar en la política (tal cosa ya no era posible), sino generar las condiciones para que este proceso diera lugar, desde sí mismo , a una nueva forma de hacer y entender la política. Esas condiciones fueron preci- samente las que se fueron produciendo en ese itinerario que comienza con la mesa de noviembre de 2019 y que vino a consumarse en las elecciones de mayo recién pasado. Mientras el proceso que emergió en 2019 sea pensado solo en su dimensión de negatividad política, como pura fuerza destituyente (“¡Que se vayan todos, que no quede ninguno!”), quedará subsumido en la condición de ser un sombrío efecto del neoliberalismo . De hecho, las imágenes de violencia que provenían desde diferentes lugares en el mundo daban cuenta de la catástrofe del capitalismo fi- nanciero globalizado. En Chile, la Constitución de 1980 había operado un “perfecto” ensamblaje entre la autonomía económica de los mercados no regulados (desde el eslogan “libertad para elegir”) y las limitaciones al ejercicio político de la democracia (bajo la figura de una “democracia prote- gida”). En consecuencia, la estatura global de la revuelta es un acontecimiento interno al neoliberalismo , el fatal desenla- ce de la tendencia a una mercantilización de la totalidad de la existencia, donde la vida humana, aterida de inseguridad, descompuesta en individualidades atomizadas, deviene in- sumo desechable del crecimiento económico. La filósofa italiana Donatella Di Cesare ha llamado la atención acerca del hecho de que, en el presente, el des- contento se expresa cada vez menos tomándose las fábricas o las universidades, sino más bien ocupando multitudina- riamente las plazas , haciendo del estar-juntos una reacción contra el individualismo neoliberal. Es cierto, pero inclu- so la plaza, por grande que sea, tiene un perímetro, y de pronto ya no se trató de “ocupar”, sino de desbordar . Esto llama la atención sobre otro acontecimiento en el itinerario que nos condujo desde la revuelta a la Convención Cons- titucional. Me refiero a la multitudinaria marcha del 25 de octubre de 2019, en la que más de un millón doscientas mil personas se dieron cita en el centro de Santiago. Lo impresionante de las imágenes aéreas de ese hecho consiste en la potencia de aquello que allí emerge . Paradójicamente, acaso sean estas imágenes lo que mejor da cuenta de la crisis de la representación política (un lleno fuera de todo lugar ). Esa especie de “25-O” es para mí la imagen del 2019: una presencia infrapolítica que desactivaba cualquier forma de hegemonía, desde la representación o el sujeto. El creciente colapso de la institucionalidad política en estos años ha sido la radical crisis de la democracia misma . Pienso que esta fue la intuición que dio lugar al Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución; a saber, que avanzar, desde el inevitable colapso que hemos vivido, en la dirección de una real democracia, hacía urgente generar una nueva institucionalidad política . Que la ciudadanía haya hecho realidad una Convención Constitucional —primero desde la calle y luego desde las urnas—, no consiste simple- mente en la “institución de la revuelta”, sino más bien en darse la ocasión de transitar desde el derruido escenario del fin hacia un tiempo distinto, en que lo que regule el terri- torio de las diferencias (que es también el de una memoria por venir) no sean el miedo de unos y la rabia de otros, sino el diálogo y la imaginación. El camino por andar es largo, pero estamos comenzando ahora. SERGIO ROJAS Filósofo, profesor de la Facultad de Artes y de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. 37
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