Palabra Pública N°20 2021 - Universidad de Chile

S i hubo algo que caracterizó al arte surgido al alero del estallido social del 18 de octubre de 2019 fue la falta de nombres propios. Adjudicarse la autoría de una obra comen- zó a ser visto como otra demostración más del individualismo neoliberal que se quería derrocar. Los y las artistas dejaron al mar- gen sus obras personales para volcarse hacia la creación colectiva. Brigadas de muralistas, músicos de distintas orquestas, artistas de performances , fotógrafos y fotógra- fas se volcaron a las calles todos juntos, porque unidos se sentían también más invencibles. Durante cinco meses, las calles se llenaron de expre- siones gráficas, coros ciudadanos y acciones de mujeres encapuchadas entonando cánticos rebeldes. Artistas de distintas disciplinas se reunieron y crearon juntos, co- brando una potencia inusitada. Quienes ganaron más fama fueron tildados incluso de peligrosos. Delight Lab, conocidos por sus proyecciones lumínicas sobre el edifi- cio Telefónica, fueron censurados dos veces y LasTesis — reconocidas por la revista Time entre los personajes más influyentes de 2020 gracias a su mediática performance “Un violador en tu camino”— recibían al mismo tiempo una querella de Carabineros de Chile por “atentar contra la autoridad” e “incitar al odio y la violencia”. A esas alturas, eso sí, el movimiento social se había suspendido por la pandemia de coronavirus y por las cua- rentenas obligatorias que dejaron a los artistas sin calles para expresarse ni espacios culturales donde trabajar. “La lógica neoliberal de los 90 también afectó al arte”, dice Gabriela Rivera, integrante de la colectiva Escuela de Arte Feminista. “Estaba esa idea del artista exitoso, mains- tream , que exhibe y vende en galerías, y el que quedaba fuera de eso no existía. Creo que eso ha empezado a desa- parecer, y la rebeldía del mundo del arte se ha empezado a negar a esa hegemonía”, agrega la fotógrafa. En Chile muy pocos artistas pueden vivir del circuito de galerías. Muchos hacen clases, otro puñado vive de los fondos concursables y el resto se las arregla con oficios que les ayudan a autogestionar su trabajo artístico. “En Chi- le tenemos una cultura en torno al arte que lo precariza de por sí, siempre se ha ninguneado el trabajo artístico desde las instituciones culturales hacia abajo”, opina el diseñador César Vallejos, uno de los fundadores de Seri- grafía Instantánea, en 2011, y quien ahora participa del colectivo Insurrecta Primavera. “Ahora que me he vuelto a encontrar con amigos y amigas artistas que no veía desde el comienzo de la pandemia les pregunto cómo están y me dicen ‘como siempre no más, a patadas con los piojos, acostumbrado a llegar a cero, a surfear la ola, arreglándo- selas a puro ingenio’. Esa es la verdad”. Para Paula López, del colectivo porteño Pésimo Ser- vicio, el problema ha sido justamente esa lógica del asis- tencialismo estatal a través de los fondos concursables, que “nos convirtió en seres ajustados a un presupuesto y a una planificación que son prácticas ajenas al arte”. Eso genera, a su vez, un “sesgo político y editorial que eliti- za el arte”, dice la fotógrafa. “Creo que muchos sentían que tenían el arte resguardado, entonces aparece todo este arte contestatario autogestionado que molesta y no saben cómo controlar”. Si bien la autogestión no les da para vivir holgada- mente, sí les permite tener independencia editorial, lo que en el arte político es crucial. Además, todos coinciden en algo: tras el estallido y en la pandemia, crear en solitario y al margen de lo que sucedía afuera sigue siendo imposible. El motor de estos colectivos es hacer un arte político, que eduque y profundice la reflexión. Colectivo chusca (@colectivochusca): Visibilizar a los caídos “En ese momento, estaba trabajando en torno a unos poetas japoneses el tema de la muerte, a raíz de una in- vitación que me habían hecho para noviembre, pero des- pués del estallido todo cambió. Había algo mucho más urgente e inmediato que abordar, que era la protesta y las muertes y heridos reales que estaban quedando por la represión policial”, cuenta Sebastián Jatz, compositor y artista sonoro, quien junto a Fernanda Fábrega, Andrés Gaete y Bernardita Pérez formaron en noviembre de 2019 el colectivo Chusca, con la idea de rendir homenaje a las víctimas de la revuelta. “Había información muy difusa, incluso organizacio- nes como Amnistía Internacional o el Instituto Nacional de Derechos Humanos tenían cifras y nombres distintos de las víctimas, no había tanta información. Entonces la idea fue contar quiénes eran estas personas que habían perdido la vida en la primera línea o gente a la que le llegó una bala loca. El desafío era poder presentar temas derechamente políticos, contingentes y polémicos de una manera poética, que tenga un vínculo a nivel emotivo pero que también sea informativo”, explica Jatz. Así na- ció la pieza “Personas que encontraron la muerte aunque sabemos que son más”, compuesta por relatos de los ca- sos de muertes durante manifestaciones, acompañados de percusiones de platillos, bombos y un kultrún, que fue presentada en distintos espacios públicos. Debutaron en diciembre de 2019 en el galpón 5 de Franklin, y luego se presentaron otras nueve veces en lu- gares como el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes, la estación de metro Baquedano, el frontis del GAM, en la Oficina Salitrera Chacabuco, en el Valle de los Meteoritos y en el Cráter de Monturaqui. Hasta que llegó la pandemia. Desde entonces, el colectivo se silenció hasta octubre pa- sado, cuando volvieron a reponer la pieza afuera de las Torres de Tajamar. “Es superlógico que ante una crisis de cualquier orden tiendes a acercarte a quienes están pasando por algo similar a ti. Para mí era el único tema, no podía hablar de 30

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=