Palabra Pública N°19 2020 - Universidad de Chile

P atricia Espejo Brain recuerda con claridad la última vez que vio al general Augusto Pinochet. Venía saliendo del despacho presidencial y caminaba con Salvador Allende hacia el ascensor. Era 10 de sep- tiembre de 1973, y en la secretaría pri- vada el trabajo era arduo. Patricia, que había estado desde el inicio de la Unidad Popular en La Moneda, reconoce haber olvidado muchas cosas en su vida, pero esos mil días con Allende permanecen intac- tos. En esa ocasión, el presidente la llamó para despedirse del general, quien le aseguró que el Ejército estaría con él “hasta las últimas consecuencias”. Con esa frase dijo adiós y las rejas del ascensor se cerraron. Luego se fueron cami- nando —el Chicho y ella— del brazo, sin hablar, hasta llegar al final del pasillo, donde él le confesó en voz baja: “¿Será esta la traición?”. Ese tipo de intimidad aparece innu- merables veces narrada en las memorias de Patricia Espejo, secretaria y asesora del círculo más estrecho de Salvador Allende, amiga y colega de Miria “Payi- ta” Contreras y de la hija del presidente, Beatriz “Tati” Allende, con quienes tra- bajó en la secretaría privada. Luego de haber estado 25 años en el exilio —en Cuba y Venezuela— y de haber guarda- do un silencio estoico, su libro Allende inédito. Memorias desde la secretaría pri- vada de La Moneda (Aguilar) por fin verá la luz en octubre. Socióloga de pro- fesión, Patricia volvió a Chile en 2002 y trabajó diez años como directora ejecu- tiva de la Fundación Salvador Allende. Fue en julio de 2019 cuando comenzó a escribir el libro, impulsada por la pro- mesa que hizo a su amigo Víctor Pey, exdirector del diario Clarín , pero también porque quería relatar su testimonio a los jóvenes. “No podía dejar de contarlo, prácticamente quedo sólo yo viva”, explica a través del teléfono, y su voz suena tranquila. En sus memorias la autora muestra la calidez huma- na de Allende, da cuenta del gran orador, pero también del padre y del amigo, y en ese tránsito lo desmitifica, además de relatar anécdotas y valorar especialmente su sentido del humor y su cercanía. Como aquella vez en que el mandatario quiso asustar al general Carlos Prats un fin de semana en la casa de El Cañaveral, simulando un desmayo. O ese verano de 1972 en el que el Chicho, ves- tido de guayabera, recibió a niños con notas sobresalientes “Gobernar significa muchas cualidades, formas de pensar, actuar, y de sentir lo que siente el otro. Eso se ha ido perdiendo, hoy las relaciones del presidente con el pueblo son distantes, de autoritarismo, de dominación”. que pasaron unos días en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, en Viña del Mar. O las maratones de películas de cowboys , el placer de ver dos al hilo. O aquellas noches en que de improviso Allende se vestía de bata blanca e iba a visitar hospitales, sin avisar a nadie. Sus dolores también los incluye: la soledad profundizada en su segundo año de gobierno, las deslealtades, las decepciones, la permanente tensión con los partidos. De fondo, por supuesto, están los hitos fundamen- tales de la UP. La noche en que una marejada de gen- te escuchó al nuevo presidente desde los balcones de la FECH, el día en que se concretó la estatización del cobre, la construcción de la UNCTAD, la polémica visita de Fi- del Castro a Chile, las negociaciones con los partidos de derecha e izquierda, la coordinación del GAP, el desabastecimiento, las amena- zas de Patria y Libertad, los constantes cambios de gabinete y tantas otras cosas que ocurrieron durante esos años y que Patricia Espejo vivió en carne propia. —Yo siempre usé un perfil bajo, por mi personalidad y por ciertas conviccio- nes. Escribí porque creo que en la histo- ria falta Salvador Allende como ser hu- mano. Hoy hay mucho voluntarismo y hay que mostrar que gobernar es difícil. No te enfrentas solamente con tu equipo más allegado, sino que con enemigos in- ternos. Gobernar significa muchas cua- lidades, formas de pensar, actuar, y de sentir lo que siente el otro. Eso se ha ido perdiendo, hoy las relaciones del presi- dente con el pueblo son distantes, de au- toritarismo, de dominación. De alguna manera, el estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende. La secretaría privada quedaba en el segundo piso de La Moneda, frente a la Intendencia y la Plaza de la Cons- titución, en la intersección de Moneda con Morandé. Pa- tricia Espejo Brain era la primera en llegar, pero a veces coincidía con Allende, cuando lograba coordinarse con el “Toromanta1”, el auto que salía de la casa presidencial de Tomás Moro, siempre escoltado por integrantes del GAP. Luego llegaban Payita a las diez y media y Tati al mediodía. Había rutinas claras, el doctor —como lo lla- maba Patricia— almorzaba a las dos de la tarde en el gran comedor, generalmente para almuerzos de trabajo. Luego dormía una siesta de diez minutos en un sofá cama que habían instalado a un lado del despacho presidencial. “Era 95

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