Palabra Pública N°19 2020 - Universidad de Chile

Cajales tiene una enorme capacidad para configurar tanto fotografías urbanas como también situaciones ínti- mas, familiares, recordadas siempre desde la tristeza. Hacer memoria funciona como un impulso dirigido hacia un he- cho icónico que permitirá el surgimiento de las capas más profundas de remembranzas. De Hans Pozo a los juegos de infancia entre hermanos, de Hans Pozo al calor inaguan- table de ese verano, de Hans Pozo a “un pollo con papas fritas y una bilz tibia” (13). El crimen de Hans Pozo, ocu- rrido en 2006, tuvo relevancia nacional debido a que fue un chico desamparado socialmente, descuartizado por un ejemplar padre de familia. La porosidad caracteriza la identidad de la voz lírica que se construye por sus recuerdos, pero también por su clase social y su edad (la infancia o adolescencia ochente- ra). Hay, por tanto, una localiza- ción de la voz lírica, como diría Adrienne Rich, en el pasado que se mantiene vivo en su memoria. Y aun cuando estamos en presen- cia de una voz solitaria, hay una presencia innominada a la cual se refiere mediante la interrogante: “¿te acuerdas?” (13-14), aludien- do a una otredad cómplice, perte- neciente al pasado y reencontrada en el acto de hacer memoria, de reconstituir el pasado. La masculinidad fragilizada, presente en las figuras del pa- dre y de Hans Pozo, es también convocada en la figura de un niño suicida (14) y un hombre, también suicida, el Mella (39). Cajales asocia la fragilidad de lo masculino con desamparo y po- breza. Estas dos condiciones permiten la representación de varones caídos, violentados más que violentos, alejados de una lógica patriarcal que los condiciona a la rudeza. El lugar desde el cual habla el femenino de este volumen, no enjuicia, sino que empatiza con esas vidas arruinadas. Simbólicamente, la masculinidad aparece por debajo de lo femenino, las mujeres han sobrevivido para recordar, para dejar testimonio o, derechamente, dotar de existencia a esas vidas anónimas. El punto de vista femenino no es excluyente en términos de género, es convocante. Ella con- voca con su acción memoriosa la noción de comunidad; una comunidad que, pese a la muerte y la pérdida de la propia noción de comunidad, es capaz de seguir existien- do. Insisto en esto: en la escritura y la memoria. “Cajales se detiene en la concepción de una masculinidad derrotada en pleno conflicto con la presencia de una sujeto resistente a los golpes, desasida del amor romántico y contenedora de una memoria familiar que le otorga sentido de clase a su existencia”. “esta es mi cumbia y la bailo sola” (18) es uno de los versos del poema “ahora, esta que era mi casa”. Nueva- mente la localización; la sujeta que afirma un actuar y una posesión, a la cual se suma una segunda afirmación, situada al margen derecho del poema y en cursivas, que dice: “no vale la pena enamorarse” (ibíd.). Esta pérdida de sentido del mito del amor romántico incide con fuerza en la iden- tidad de la hablante. Situada en un estado de postutopía, de negación afectiva hacia el presente, sólo redirigiéndose hacia atrás puede volver a conectarse afectivamente con la realidad y, de paso, atribuir a la masculinidad amorosa, una nueva faceta, la violencia. El símbolo de la casa familiar que deben desalojar es uno de los momentos más intensos del volumen. El hogar donde la familia depositó su fe queda atrás y es destruido como un rito de sa- nación/venganza. Sólo queda entonces el grafiti escrito por el padre en la pared: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?/ ¿Dónde, oh sepulcro, tu victo- ria?” (19). La cita bíblica que reproduce el padre remite a la fe, a la esperanza en la recom- posición y también al gesto de una escritura que sanciona in- cluso en la derrota. Hacia la mitad del volumen los versos se proyectan hacia el presente e incluso el futuro. Pero nada hay de esperanzador en ese gesto. Así, la pareja de la voz lírica femenina aparece aso- ciada a una “piedra amarrada a mi brazo” y al “miedo cuando te vi firmar/ si el nombre está tachado a la mitad/ o las líneas son delgadas y profundas/ acusan a un golpeador/ o a un suicida” (28). La mascu- linidad romántica es un lastre, ¿que impide la escritura?, pero también es la amenaza latente de la violencia. Priscilla Cajales acoge en su escritura el origen, el lugar del que se proviene y del que nunca saldrá. Su poesía privilegia la debilidad y la violencia masculina como representación de una caída simbólica, aunque también la mantención del patriarcado. Para la mujer que protagoniza esta poesía, el pasado es el mito de ori- gen, doloroso y vivo, sobre el cual no tuvo injerencia; mientras el presente y el futuro son parte de una deci- sión de vida, de una toma de conciencia de la soledad como forma de resistencia. 71

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