Palabra Pública N°17 2020 - Universidad de Chile

PAOLA JIRÓN Profesora Asociada de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile e investigadora asociada del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social. Directora del Núcleo Milenio MOVYT Esta crisis devela grandes desigualdades territoriales no únicamente por la falta de atención a los campamentos sin agua, la mala dotación de servicios de salud y otras infraes- tructuras en áreas más pobres de la ciudad, sino que, prin- cipalmente, por no contemplar que el territorio se mueve a medida que las personas se mueven y que, entonces, mu- chas personas están obligadas a moverse para subsistir. Esto significa que muchos tienen que salir a trabajar en auto, bici, caminando o en transporte público, y que muchos también tienen que hacer trámites, ir al médico, sacar li- cencias, permisos, cobrar cheques o seguir tratamientos. Se habla de formas de controlar el territorio desde la inteligencia territorial, es decir, a partir de sistemas tecno- lógicos inteligentes. Y sería muy útil contar con dicha in- formación, sin embargo, por mucho que existan los softwa- res y capacidad técnica de manejar grandes bases de datos inteligentes –que permitan hacer proyecciones, modelar el futuro y controlar a la población–, nuestros datos y formas de enfrentar la crisis son precarias, particularmente cuando no existe claridad respecto a cómo manejarla. Hemos visto que no sabemos cómo pararnos en una fila para comprar en el supermercado manteniendo la distancia; cómo los lugares donde es necesario hacer trámites no cuentan con los implementos de seguridad para sus empleados y menos para los clientes; y cómo los centros médicos que debieran hacerlo, no cumplen los protocolos. No se trata de que los datos no sean fidedignos, sino que son incompletos. Existe mucha información difícil de obtener de los sistemas de grandes datos que resultan cruciales al momento de tomar decisiones, más allá de controlar y saber dónde están las personas a cada momento. Esto significa que los habitantes de la ciudad llevamos en nuestros cuerpos un tipo de inteligencia que nos permi- te enfrentar esta crisis de otra manera o de formas comple- mentarias. Pero el mundo político, empresarial y académico no ha sabido aprovechar dichos saberes ni entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió eviden- te con la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes. Débilmente comprendemos la diversidad de experiencias de este habitar, pues no todos habitamos de manera similar. Las decisiones de la vida cotidiana se toman considerando mu- chas dimensiones con las que vivimos todos los días, y aún no concebimos cómo las materialidades, los objetos, el espa- cio generan e inhiben posibilidades para las personas. La forma en que expertos de distintas disciplinas descomponen su especialidad, fragmentan el territorio como forma de comprender la ciudad y la intervienen con sistemas e infraestructuras aisladas entre sí, da cuen- ta de la exigua comprensión que existe respecto a cómo vivimos desde esta forma parcial y sectorial de pensar e intervenir, la que fragmenta aún más la vida de las per- sonas y, por ende, las precariza. Que Chile se sorprendiera con una crisis que no veía venir nos develó la poca conexión que existe entre las disci- plinas que mantienen fragmentados su análisis y aplicación a políticas públicas. La inteligencia territorial debiese ir más allá de contar con datos macro sobre cómo se comportan de manera agregada los individuos. Es fundamental contar con la inteligencia situada, proveniente de lo/as mismos habitantes para enfrentar esta crisis. No es que el conoci- miento de los expertos no sirva, sino que es incompleto y requiere complementarse y mediar con muchos otros cono- cimientos. Y eso es urgente hoy: reconocer el habitar y en particular el conocimiento habitado. Este conocimiento nos muestra fragilidad y precariedad en nuestro habitar y, a la vez, nos devela otras formas de vivir entre nosotros y nos demuestra altos niveles de colabo- ración, solidaridad, preocupación por el prójimo; ingenio y astucia para enfrentar la crisis; formas alternativas y creati- vas de movimiento que nos permitirán salir mejor de esto. De estos saberes podemos aprender tanto en tiempos de crisis como en los momentos en que tengamos que retomar la vida, que definitivamente será distinta. Y la manera de pensar las ciudades debe empezar a comprender estas for- mas móviles en que se habitan los territorios, no sólo para algunos privilegiados, sino que para todos. “El mundo político, empresarial y académico no ha sabido entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió evidente con la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes”. 77

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