Palabra Pública N°17 2020 - Universidad de Chile

dos ante mandatos contradictorios, hubo algunos que de inmediato nos recluimos y hubo otros que siguie- ron libremente por las calles y los parques, por las oficinas, los bares y restaurantes y las peluquerías, por el metro, por la noche y la madruga- da y las marchas, por la vida misma, desconfiando de la alarma general. III. Se levantaron muchas voces, entre ellas las de los filósofos públicos del norte. Y entre ellos hubo quienes insistieron en que se trataba de un aislamiento que no guardaba proporción con el peligro de una gripe que era como cualquier otra gripe. Eso decían pensadores como Giorgio Agamben: que todo esto no era más que una estrategia autoritaria para poner en práctica mecanismos de vigilancia y de control-a-distancia y prohibiciones de circulación y de reunión resguardadas por las fuerzas del orden que tan bien conocemos en el sur del planeta. IV. No es, entonces, que esos fi- lósofos hablaran sin motivo sobre el oportunismo viral del po- der. Nos lo recordó el presidente chileno al desafiar su propia cuaren- tena para ir a tomarse una foto en la Plaza de la Dignidad, sentado a los pies de Baquedano, satisfecho y sonriente porque al fin había recu- perado el centro de la ciudad que por mucho tiempo fue de la gente. V. Y no era solo ese mandatario arrogante quien desobedecía sus propias leyes; esa ha sido la ten- dencia en otros puntos del planeta, aprovechar este momento para sus- pender garantías ciudadanas e impe- dir el despliegue de la población por el espacio ahora demarcado como zona cero del contagio. VI. Pero dejando a los nefastos presidentes de lado, ¿qué “Nuestros cuerpos son lo único que tenemos. Si tememos por nuestras vidas es porque nuestras sociedades han privilegiado medidas de austeridad para unos y de rentabilidad para otros y se hallan incapacitadas para enfrentar una crisis viral y vital que viene a coronar todos los pánicos epidémicos anteriores”. hacer ante la realidad de un contagio exponencial y de una mortandad que cunde por todas las ciudades del mundo? ¿Qué hacer ante un mal desconocido, un virus respiratorio altamente infeccioso para el que no existe todavía tratamiento ni vacuna ni hospitales preparados para emergencias colectivas? VII. Nuestros cuerpos son lo único que tenemos. Si tememos por nuestras vidas es porque nuestras sociedades han privilegiado medidas de austeridad para unos y de rentabilidad para otros y se hallan incapacitadas para enfrentar una crisis viral y vital que viene a coronar todos los pánicos epidémicos anteriores. La gripe aviar y el viral síndrome respiratorio agudo grave de hace algunos años. La influenza provocada por un virus porcino que dejó 25 millones de muertos hace un siglo. Las bubónicas pestes medievales, sus enfermos agonizantes encerrados a la fuerza, sus 80 millones de muertos. VIII. Mutatis mutando, este nuevo virus me recuerda (porque lo conozco bien, porque escribí un libro sobre él) a otro que aún se replica entre nosotros: el de la inmunodeficiencia humana. Me lo re- cuerda porque, guardando las distancias, el vih era otro virus viajero: se hacía transportar en la sangre y en el semen y entre sus múltiples males mortales se cuentan la neumonía y la tuberculosis. El volátil covid vive en las vías respiratorias y salta aeróbicamente desde los pechos congestiona- dos y desde las conversaciones y se mantiene en suspenso en el aire y en las superficies esperando su ocasión. IX. En esa epidemia que ya cumple cuatro décadas también hubo pensadores (como Michel Foucault, que murió de sida) que co- nociendo la deriva de la represión sexual negaron el peligro del virus y previnieron a quienes quisieran escucharlos que el miedo era un meca- nismo de coerción y había que resistirlo. Porque hubo líderes homófobos que, aprovechando la trágica circunstancia, se cruzaron de brazos y con- denaron la libertad del contacto y del coito mientras celebraban la liber- tad del consumo y de los mercados desregulados. Esos líderes se lavaron sus manos genocidas y dejaron a la comunidad de enfermos desasistida porque, desde una lectura moralista (propia del capitalismo heteronor- 47

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