Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile
T odo es retazo por estos días, retazos que se van uniendo a través de un hilo conju- rado mediante la columna vertebral de la Alameda. Es mediodía en Santiago de Chile y hay ruido, silencio, cerrojos, ira y risas en los recovecos de las torres San Borja. Ha pasado algo más de un mes des- de que se rompió el dique. Sobran los motivos para encontrarnos. José Ángel Cuevas (1944) se acuerda algo de mí, de los 90, de mis 20 años y esa pulsión por buscar las letras de una resistencia retratada en hojas roneo, clandestinas. Yo lo recuerdo como si los 90 hubie- sen sido los años del miedo posterior al gran miedo; los años del escaparate y “la medida de lo posible”. Quizás por eso él nunca se durmió y de ahí que hoy, “cuando Chile despertó”, los insomnes como él y como tantos y tantas, caminantes, invitan a mirar de reojo los sueños perdidos para ima- ginar un futuro cuya salida demanda imaginación y tozudez. Pepe Cuevas, premiado y seguido por una juventud emancipada, nació en Rosas 1314, recubierta de tranvías, ropa colgada, cotilleo de esquinas. Aprendió a reparar máquinas de es- cribir antes de tener doce años, junto a un padre estricto y “arribista” y una madre a la que recuerda ahora que vive en Puente Alto, arropado por las montañas cuando no baja a La Vega Durante 47 años, el autor de libros como Poesía de la Banda Posmo y Maquinaria Chile y otras escenas de poesía política nunca se durmió y por eso hoy no tuvo que despertar. Sus poemas urbanos, políticos, sociales, han recogido el habla popular durante décadas para escenificar en las calles de Chile el dolor, la impunidad, la ira, el amor, la incredulidad. Pepe Cuevas nunca se acomodó ni arrimó a nada, y quizás por esa razón hoy, cuando se ha roto el dique, sigue caminando libre entre los pliegues de un Santiago que se vuelve metáfora y esperanza de un tiempo crítico. POR XIMENA PÓO FIGUEROA FOTOS ALEJANDRA FUENZALIDA y al centro que conoce tan bien desde los años del Bar La Unión, el City, el Bosco. Su poesía es urbana, política y social. Hay que vivir para escribir y no al revés, pareciera decir. “La mentalidad mía es la misma y trato de escribir un habla, una poesía centrada en un habla popular, porque las transformaciones que he temido yo y nuestros compañeros han sido tremendas; vamos hacia un camino popular revolucionario que es masa- crado por la dictadura, asesinado, y el mar está lleno de muertos. Eso fue algo aborrecible que pasó en nuestro país al intentar hacer una revolución”, dice con la lucidez que da el tiempo invertido entre lecturas, papeles suel- tos, garabatos en servilletas voladoras, volantines oscuros sobre una ciudad capturada, distraída y densa. “Mi poesía está totalmente mez- clada con la vivencia del empuje po- pular y por el crimen y asesinato, y después de 17 años de dictadura ho- rrible, de sapos por todas partes, de horror que jamás había ocurrido en nuestra historia, esa poesía se vuelca al olvido, los autos, los malls, que tienen a la gente engatusada. Hoy es una maravilla saber que los cabros chicos están recogiendo el origen, el fundamento, que es el pueblo de Chile”. Esos adolescentes le han mos- trado a Chile la ruta para madurar un proyecto en el que se pretende que el Estado se haga responsable, la vida se abra paso en libertad, los feminismos muestren el sentido de un lugar co- mún de códigos solidarios y liberta- rios. Esos “cabros y cabras chicas” sal- taron torniquetes y se cayó un muro fraguado hace tanto, justo 30 años después de los amarres de una tran- sición que para Pepe Cuevas significó ni perdón ni olvido, y justo 30 años después de la caída de los bloques de cemento en un Berlín lejano. “Más poesía, menos yuta”, leemos en una pared de esas que van desde la Plaza de la Dignidad hasta La Mone- da. Nicomedes Guzmán transformó en literatura “la sangre y la esperanza” y eso pareciera cubrir hoy el paisaje del “acontecimiento”. “La poesía está en la kalle” cuelga sobre tela roja des- de los muros cerrados de la Biblioteca Nacional, y “La Revolución será fe- minista o no será” toma el pulso de la calle desde el frontis del GAM. Se ha acabado para siempre esa idea de la vida que se limpia a diario con agua- rrás. Esos retazos sorprenden a Pepe mientras se pone su sombrero para capear el sol, cargando preguntas en hojas sueltas esparcidas en un maletín de cuero que cuelga de su hombro. Se saca la chaqueta café y caminamos despacito. Promete que irá a esa Plaza de la que se habla, que se cuidará del guanaco, las lacrimógenas, los bali- nes, las molotov, el fuego. Tiene calle 63
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