Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

“En estos días convulsos he dicho afuera que a los chilenos nos están reventando los ojos con balines disparados a la cara en vez de a las piernas, donde no provocarían un daño tan feroz, tan irreversible. Dos centenares de ojos rotos que no volverán a ver”. A fuera preguntan qué está pasando en Chile y ha habido tantas respuestas sucesivas. 30 pesos y 30 años de descon- tento y 47 años seguidos de dicta-dura y dicta-blanda y de una democracia fundada en principios dictatoriales. Afuera preguntan y la respuesta va cambiando porque no se trata sólo del pasado materializado en las protestas del presente sino de la impaciencia por los años de decepción y desconfianza por delante de nosotros si las demandas de la calle no se resuelven. Si las manifestaciones no acaban por derrocar las bases del sistema abusivo que la dictadura nos implantó. No responder sino aullar: ¡sacaron a los militares a la calle! ¡Nos están disparan- do! digo como si yo misma estuviera ahí, entre la gente, apenas dos días después. ¡Nos declararon la guerra! exclamo y escribo, ¡la guerra conchasumare! Como si no hubiéramos estado viviendo una larga guerra encubierta. Una guerra de baja inten- sidad (que para los mapuche ha sido, por siglos, de tan alto voltaje). El presidente ha pronunciado la guerra con todas sus letras, la ha hecho manifiesta. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no res- peta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia”. Los militares se enfrentan a un pueblo armado con piedras, los más exaltados, pero sobre todo con los históricos utensilios de la protesta: cacerolas y cucharas de palo, tal vez un tenedor. Esa declaración ha consistido en echarle leña al fuego del descontento que arde hace semanas por todo el país. Un descontento que nadie veía mientras se cocinaba por años en esas mismas ollas. En estos días convulsos he dicho afuera que a los chilenos nos están reven- tando los ojos con balines disparados a la cara en vez de a las piernas, donde no provocarían un daño tan feroz, tan irreversible. Dos centenares de ojos rotos que no volverán a ver. Dos centenares de jóvenes tuertos y uno que en plena movili- zación fue baleado a corta distancia en ambos ojos. “Regalé mis ojos para que la gente despierte” es lo que dijo ese joven cegado por la policía. “Por favor sigan luchando”. Eso nos mandó a decir desde la clínica. De cuando exigir justicia cuesta un ojo de la cara. De cuando manifestarse cuesta dos. Alguien debe pagar por todos esos ojos. Acostumbrado a deslumbrar, ahora el país rompe el récord mundial de daños oculares en enfrentamientos. Al presidente y a la prensa sólo parecen importarle las pérdidas materiales y las cancelaciones de reuniones internacionales donde planeaba seducir al mundo con un oasis que creía suyo. Devuélvenos los ojos , le exige al presidente un cartel ensangrentado. Hay tantas cosas que nos han robado. ¿No se había retractado el presidente de su guerra declarada? ¿No había quitado a los milicos de las calles? Yo titubeo afuera donde me preguntan, yo asiento apenas y aclaro que quitó a los soldados pero delegó la violencia en los pacos. Digo los pacos o los policías o los carabineros, que son una institución sin líderes respetables, una institución decadente y corrupta, atravesada por 17

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