Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

rantes. No queremos ser ignorantes. Pelearemos a muerte contra eso. Pero vuelvo a ver a Chadwick cuando escribo estas líneas —otra vez el pasado como presente— y lo veo como si estuviera en Chacarillas con una an- torcha o hablando del orden público o compungido luego de encubrir el asesinato de Camilo Catrillanca. (Ups, ¿el horror entonces venía de antes? ¿Cómo es que el rector Peña y Arturo Fontaine no pudie- ron verlo? ¡¿Como es que Ascanio no pudo verlo?! Culpa de las hormonas juveniles, seguro. De los torsos desnudos de los muchachos exhibiéndose, de las tetas combativas de las adolescentes. No es la forma, no es la forma, no es la forma, escucho que dicen mientras culpan a todos de lo que, según ellos, no tiene sentido. ¿Acaso Chile no esta- ba mejor que nunca antes de los estallidos?). Vuelvo a ver, recordando como si todo esto hubiera sucedido hace un siglo, a Piñera disfrutando de la gastronomía italiana en un restaurant de Vitacura y cambiando para siempre su apelativo a El Pizzas . Y luego los milicos en la calle. ¿Ese es el horror? ¿Ver de nuevo —como en el estado de sitio del 84 o del 86— los camiones con soldados y fusiles y balas de verdad? ¿O el verdadero horror es el toque de queda, llamar a mi hijo que está en una manifestación, recorrer la ciudad para ir a buscarlo antes de que su presencia y la de todos esté proscrita en las calles mientras los milicos resguardan la propiedad más que la vida de la gente? ¿O el verdadero horror es que mi hijo, a sus dieciocho años, ya sepa lo que es un toque de queda y que pueda por expe- riencia propia transmitírselo a su hipotética hija como yo se lo transmití a él? ¿O el horror empieza con los muertos? (No. Nunca pensé que el horror empezara con los saqueos. Desde el día uno había que tenerlo claro. Por decencia. Las vidas son más valiosas que las cosas.) ¿El horror, entonces, empieza con los calcinados? ¿Con los relatos confusos o insultantemente estadísticos de sus muertes? ¿Con la ausencia de nombres? ¿Con la ausencia de historias de esos no-nombres? Leí en Twitter por ahí: Muchos muertos en incendios. Debe ser porque el Mapocho está seco. ¿Son esas once palabras el horror? (Quiero repetir esto. Como el loop de los noticiarios con las imágenes de los saqueos. Una y otra vez. Como si los directores de los departamentos de prensa quisieran convencer a la gente de que ese es el horror. Pero no, ese no es el horror: No. Nunca pensé que el horror empezara con los saqueos. Desde el día uno había que tenerlo claro. Por decencia. Las vidas son más va- liosas que las cosas. ) Limpio mis lentes. Veo con claridad la pantalla de mi computador. Debo agradecer mi suerte y tal vez eso sea el horror. Lo que ven nuestros ojos. Ojos que ven carteles en las marchas, ojos que ven a la gente que se reúne —de a miles, de a millones— sin que nadie las escuche. Ojos que se encuentran con otros ojos y que juntos saben que —de a pares— son una multitud du- plicada. Ojos con destellos de rabia, de risa, de pena. Ojos irritados y rojos por la represión lacrimógena. ¿O el horror —el verdadero horror— son los perdigones que nos mutilan, que juegan a dejarnos ciegos en las calles, como si quisieran que no viéramos lo que tenemos que ver, como si quisieran des- mentir todo lo que hemos visto en estos días? Dejo este escrito. Salgo. Camino con miles. Saco fotos. Escucho. Me encuentro con conocidos. Los abrazo. Nos miramos perplejos con lo que está ocurriendo. Porque lo que está ocurriendo es algo que, adorme- cidos como estábamos, NUNCA PENSAMOS QUE OCURRIRÍA. Y no. Eso no es el horror. Veo a los capuchas enfren- tándose con los pacos. Los veo ganando la calle para que miles de personas las ocupen con el objetivo cla- ro de NO VOLVER A LA NORMALIDAD. Porque eso, tal vez, es el horror. Volver a la nor- malidad. Que este estallido social —este instante de encuentro, esta fisura, este momento de anor- malidad— quede en nada. Que nos cansemos. Que nos engañen (otra vez). Que no acepten la Asam- blea Constituyente. Que nos quedemos (otra vez) sin el agua. Que sólo la hi- potética hija de mi hijo sea la que tenga que levantarse (otra vez) para hacer lo que ahora tenemos que hacer. Porque claro (lo repito otra vez): No. Nunca pensé que el horror empezara con los saqueos. Desde el día uno había que tenerlo claro. Por decencia. Las vidas son más valiosas que las cosas. Tenemos una vida amorosa que construir. Y no debemos abandonarla. Perder la oportunidad, dejarla pasar. Que la aplasten con violencia y/o abu- rrimiento. Eso sería el horror. Santiago, once de noviembre de 2019 MARCELO LEONART Escritor, dramaturgo y director teatral. Ha escrito los libros Los psychokillers (2019), Weichafe (2018) y Pascua (2014), entre otros. “Cuesta encontrar el hilo. Voy a una marcha. Escucho voces en cabildos. Asambleas. Nadie sabe qué diferencia la una de la otra. Converso. Con los de siempre y con nuevas voces. Voces que nunca había oído y que sin embargo siempre habían estado a mi lado”. 99

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