Palabra Pública N°15 2019 - Universidad de Chile

“(…) otra visión de la sociedad no sólo es posible, sino que parece obligatoria. Hay sectores en las izquierdas del mundo y también en la chilena que comienzan a visualizar el proceso creativo que implica hacer una propuesta que congregue a las mayorías tras una nueva forma de sociedad”. dad al país. Pero nada parecía demandar una sociedad alternativa: nada parecido a un cuestionamiento del capitalismo. Al contrario, la sociedad se introdujo en un desarrollo para el que existía un nombre de fuerza incontrarrestable: la globalización. Chile fue así parte de un fenómeno universal. La única ingeniería estatal abiertamente favorecida era la que corregía la acción del mercado para facilitar su estabilidad. La otra, según decían los portavoces de la ideología dominante, arries- gaba todo, especialmente, la libertad. Por entonces las derechas celebraban esta renuncia a la utopía como el resultado inevitable de la caída del Muro de Berlín o el fin de la Unión Soviética, algo evidentemente falso, por la simple razón de que la mayoría de quienes adherían a una tradición socialista habían perdido hacía mucho tiempo cualquier ilusión por aquel sistema burocrático e imperial basado en la cancelación de las libertades individuales. Pero nadie podía negar la evidente fatiga de las iz- quierdas y el marchitamiento de todas sus utopías. ¿A qué se debe esto? ¿Cómo explicarlo? ¿Es posible decir que hoy esta situación comienza a cambiar? La significación de la caída del Muro de Berlín no fue sólo el desplome del imperio burocrático construido por Stalin bajo el barniz envejecido de la revo- lución bolchevique. Aquello fue algo por sí mismo significativo, pero de cuya permanencia histórica podemos dudar cuando consideramos la actual reapari- ción de la gran Rusia de la mano de Vladimir Putin. Más importante parece ser que junto con aparecer consolidando el predominio ideológico de la democracia liberal, el fin de la Guerra Fría desencadenó una ideología nueva, distinta a todo lo que el capitalismo había producido ideológicamente hasta entonces, un tipo de individualismo que además de “posesivo”, como lo concibiera la transición del liberalismo desde Hobbes a Locke, se apoderó de la sociedad premunido de un economicismo que no soñó ni el más materialista de los filósofos decimonónicos. Es decir, en vez de significar un impulso fenomenal de democratización de las relaciones sociales, lo que el fin del comunismo inauguró fue un proyec- to que buscaba economizar todas las esferas de actividad humana, incluso de aquellas regidas históricamente por otras tablas de valores, como la democracia. De esa manera, en una paradoja inigualable, los dos gemelos del “fin de la his- toria”, la democracia representativa y la economía liberal, nacieron no una para la otra, sino una contra la otra, y el “liberalismo económico”, transformado en una ideología economicista, se desplegó como avalancha, privando a la demo- cracia de su naturaleza, castrándola de cualquier significado de cambio social y extrayendo su esencia, que no es otra cosa que la voluntad popular. 46

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=