Palabra Pública N°14 2019 - Universidad de Chile

R eflexionar sobre neurociencias, arte y ciencias plantea la inte- rrogante del rol de las activida- des culturales y de los cerebros individuales. La pregunta puede pa- recer meramente retórica: nos parece obvio que el arte y las ciencias son fun- damentales para una mejor conviven- cia y para la creación de mejores con- diciones de vida. Pero la perspectiva de los números hace surgir una aparente paradoja: cada cerebro humano está poblado por 87 mil millones de neuro- nas y el globo terrestre por unos 7 mil millones de seres humanos, es decir, la proporción de neuronas de cada cere- bro al número de habitantes del plane- ta en la actualidad es de 10 a 1, y era de 58 a 1 en 1900. Pese a esta enorme multitud de neuronas, que podríamos creer que nos dota de aptitudes intelec- tuales potencialmente extraordinarias, nuestras capacidades son bastante más acotadas de lo que creemos: el cerebro tiene límites. ¿Por qué actividades in- telectuales colectivas, como el arte y la ciencia, que han emergido en la histo- ria humana, nos ayudan a contrarres- tar estos límites del funcionamiento del cerebro individual? Una de las primeras aproximacio- nes al estudio del cerebro humano es conocer las cifras de sus elementos constitutivos, que son asombrosas. El cerebro es relativamente pequeño: pesa entre 1.300 y 1.400 g, es decir, cerca de un 2% de la masa corporal, pero consume el 20% del oxígeno y de las calorías utilizadas por todo el organismo. Como ya se mencionó, esta pequeña estructura parecida a una nuez está conformada por 87 mil millones de neuronas, las células más conocidas del sistema nervioso central. Pero las neuronas no están aisladas: es- tán rodeadas por las células gliales. Se pensaba antes que éstas eran un mero pegamento, un andamiaje para las neuronas. Pero en los últimos años, las células gliales han emergido como ele- mentos primordiales para el adecuado funcionamiento del cerebro. La proporción entre células gliales y neuronas varía en la escala evolutiva, pasando de una por cada seis neuronas en el cerebro de las sanguijuelas, a una célula glial por neurona en el cerebro humano, según los estudios de la neu- rocientífica brasileña Suzana Hercu- lano-Houzel. Así, el cerebro humano está constituido por 174 mil millones de células cuyo funcionamiento deter- mina sus propiedades y capacidades. Las neuronas y células gliales están co- municadas unas con otras, y su propie- dad fundamental es la transmisión de información entre ellas. Cada neurona puede establecer conexiones con hasta 10.000 otras neuronas, y se estima que hay en el cerebro unos 125 trillones de puntos de contacto entre neuronas, llamados sinapsis. Mediante estas interconexiones, las neuronas y células gliales confor- man redes de diferente magnitud y complejidad imbricadas unas con otras, desde microrredes, formadas por elementos neuronales contiguos, a macrorredes, en las que interactúan neuronas y células gliales de regiones cerebrales distantes. La enorme can- tidad de interacciones posibles entre los 174 mil millones de neuronas y células gliales podría originar una va- riedad casi infinita de cerebros, cada uno con rutas de conexiones y redes diferentes. Pero tal heterogeneidad no ocurre. Las conexiones entre los ele- mentos neuronales no son aleatorias, sino que se establecen según determi- nados mapas. El proyecto Conectoma Humano, que estudia la cartografía de las redes neuronales, ha mostrado que las conexiones de los cerebros humanos se organizan según deter- minados patrones, desde numerosas microrredes a la existencia de tres grandes macrorredes que conforman el sustrato neuronal de las capacidades cognitivas y de la conducta. *** Los 87 mil millones de neuronas del cerebro humano, con sus 125 tri- llones de puntos de contacto, no se organizan en una pluralidad de redes cerebrales que difieren de un cerebro a otro, y tampoco su actividad se mani- fiesta en una variabilidad de capacida- des cognitivas y de comportamientos diferentes. Por el contrario, el estudio de nuestra imaginación, de los trastor- nos del cerebro enfermo y de cómo percibimos el mundo muestran una variabilidad relativamente reducida. La imaginación, que podríamos pensar rupturista, es en realidad limi- tada, como lo ilustra la descripción de los monstruos del siglo XVI en La ló- gica de lo viviente (1970), del médico francés François Jacob (1920-2013): “La descripción del mundo vivo del siglo XVI está llena de los monstruos más variopintos… Estos monstruos reflejan siempre lo conocido, no hay ninguno que no recuerde algo, que sea totalmente distinto de lo que puede “En Plan 9 del espacio exterior (1959), de Ed Wood, o ET (1982), de Steven Spielberg, los extraterrestres recuerdan a los monstruos del siglo XVI: al fin y al cabo, un cuerpo humano deformado. Parece que somos poco capaces de crear algo totalmente disruptivo o diferente de lo conocido, pese a la inmensa variabilidad de lo vivo”. 32

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