Palabra Pública N°14 2019 - Universidad de Chile

—En esta fase económica de concentración de la ri- queza tan extrema, tan rápida y en pocas manos, hablo de “dueñidad” y ya no de desigualdad. El patriarcado como ideología y estructura de relación es el lenguaje perfecto para la estructura de la “dueñidad” sobre el planeta y la vida de las personas, por eso es que el patriarcado está siendo tan cuidado. Los hombres están despojados, y entonces, ¿cómo restauran su posición de potencia? Un sujeto masculino tie- ne que dar prueba de qué tan potente es en algún campo: sexual, bélico, económico, político, intelectual y moral. Por lo tanto, en esa precarización, la única manera de restaurar la masculinidad es mediante la violencia. —¿Por qué no te gusta hablar de crímenes de odio para referirte a los crímenes de género contra las mujeres? —Me parece problemática la expresión porque despoli- tiza, y mi esfuerzo constante ha sido politizar esos crímenes, mostrar que son lo que mantiene en pie un orden político desigual, un orden político rapiñador, apropiador, y expli- carlo simplemente por un brote emocional de odio me pa- rece que reduce la capacidad de la comprensión. —En Chile, este año van al menos 15 ataques contra las disidencias sexuales en el espacio público. ¿Crees que ahí sí interviene el odio? —En el caso del mundo disidente sí veo que hay un componente que es ciertamente el odio a su libertad, a presentarse en el espacio público, el odio a que esos cuer- pos se hayan permitido lo que el cuerpo del agresor no, porque perdería lo que considera el valor supremo de su prestigio como miembro de la corporación masculina. Todo lo que el ojo patriarcal ve en situación de desacato con relación a su orden, lo pune, lo castiga o lo elimina. Entonces, la mujer y todas las sexualidades que desobede- cen el mandato del cuerpo son castigadas, y eso es lo que estamos viendo: la agresión a las sexualidades disidentes con una furia antes desconocida. —Este último tiempo presenciamos en Chile episo- dios de racismo y violencia institucional contra muje- res, especialmente de la población haitiana. ¿Qué lectu- ra haces del racismo en nuestras sociedades? —Argentina y Chile son países que se creen blancos y, sin embargo, no lo son. Cualquiera de nosotros, por más blanquito que parezca, cuando va a París es negro; nuestra corporalidad es de este paisaje, como los haitianos también son de este continente. Hay una falta de espejo, de lo que llamo el “espejito, espejito” de la reina mala. Lo primero que la colonización nos robó es el espejo para ver quiénes somos realmente y de qué lado estamos en la historia. El espejo de todos nosotros y nosotras es decirnos que no somos blancos, entonces el elemento de racismo y xenofobia claramente está presente al ver a la mujer haitiana, y hace que, en la bolsa de valores de la vida humana, sean vidas sin valor. —¿De qué manera el feminismo puede ayudar a construir algo distinto? —Cuando hablo de la politicidad de las mujeres, me refiero a otro orden político que no es el burocrático-es- tatal. Hablo mucho de que esa politicidad domesticará la vida pública, esa es una de las ideas que he tenido sobre cómo es una politicidad en clave femenina, que hoy es in- dispensable para que las cosas funcionen, si no la gente se ampara por detrás de esa distancia burocrática que en mi modelo teórico es la característica del Estado y es el último momento de la historia de la masculinidad. —Algunos sectores del feminismo son reacios a la idea de que las mujeres tengan que educar a los hombres sobre estos temas. ¿Qué opinas sobre esto? —Creo que nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal. Hay mujeres que están tan obsesionadas por adquirir poder como cualquier hombre, y esa obsesión es patriarcal. No basta con ser mujer para estar dentro de una política feminista, es necesario tener con- ciencia de qué es el poder como meta. El mundo no puede conformarse sólo de mujeres o sólo de hombres. Me parece una tontería estar pensando si mi trabajo abre los ojos o concientiza a los hombres, eso no interesa y es incluso una pérdida de tiempo. Somos todas personas patriarcales, ab- solutamente todas, porque el ojo hegemónico, la manera en que se nos enseña a mirar el mundo, es patriarcal. “Nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal. Hay mujeres que están tan obsesionadas por adquirir poder como cualquier hombre, y esa obsesión es patriarcal. No basta con ser mujer para estar dentro de una política feminista, es necesario tener conciencia de qué es el poder como meta”. 17

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