Palabra Pública N°14 2019 - Universidad de Chile
Beauvoir, apunta, podían vivir de su pluma en tiempos en que existía una educación capaz de generar masas lectoras, pero hoy “es práctica- mente imposible escribir libros intelectualmente estimulantes y vivir de eso. Se necesita un trabajo, y por lo general en la universidad”, afirma en General Intellects. —El relato en torno al intelectual público siempre ha sido sobre su declive, retomando la formulación que hizo sobre esto Julien Benda —explica el crítico cultural desde Nueva York, en referencia al filóso- fo francés y autor del ensayo La traición de los intelectuales (1927)—. Siempre es retratada como la historia de una caída en desgracia. Creo que es más útil pensar en los cambios que ha provocado la economía política en las prácticas intelectuales al producir y filtrar lo que hoy se podría llamar información. Esto ha cambiado mucho con el tiempo, en parte porque las técnicas de extracción de información se han ido modificando. Viví la transición de la tecnología análoga a la digital, y es algo que siempre me interesó. En Australia, en los 90, yo era un “intelectual público”. Tenía una columna en un diario nacional. Pero ya era tarde y pude ver que internet cambiaría todo, para bien y para mal. —En el libro dice que la universidad se ha convertido en un negocio porque el trabajo académico debe hacerse al interior de sistemas que lo cuantifican y lo estratifican, y afirma que los inte- lectos generales deberían buscar formas de pensar en contra de ese sistema de mercantilización. ¿Qué consecuencias puede tener para la labor intelectual vivir bajo esa contradicción? —No creo que haya habido una era dorada. El trabajo acadé- mico ha estado durante mucho tiempo al servicio del Estado y del capital. Las funciones en particular cambian, porque ya no estamos en el capitalismo industrial. Es útil aceptar que ser académico es un trabajo, y las demandas de ese trabajo cambian con el tiempo y son mucho más precisas que antes. Cuando la economía en los países hiperdesarrollados se movió desde la manufactura hacia el negocio de la información, el lugar de la universidad en esa nueva economía política cambió mucho, y de alguna manera pasó a ser un lugar fun- damental, de una forma en que no lo era. —¿Cómo describiría ese cambio? —Los académicos ahora no están informan- do sobre el mundo desde afuera, sino que están dentro de la estructura que permite que la infor- mación tenga valor. Es muy raro en el caso de la mercantilización de la tecnología y la cultura: la universidad es sinónimo de desarrollo y también de investigación. Hay una tendencia a enfocarse más en el contenido de las publicaciones acadé- micas, que pueden ser difíciles de entender; que en su forma, la que a menudo se parece a cual- quier otro producto de la economía de la infor- mación. Y quizás hay una tendencia a trabajar en contenidos herméticos precisamente porque en todo el resto de la producción el respeto por la forma de trabajo es pura labor informativa y, por lo mismo, sujeta a evaluación algorítmica. —El trabajo universitario funciona a me- nudo de espaldas a la sociedad, en medio de una hiperespecialización del conocimiento y una hiperproducción de papers . ¿Cómo se podrían construir puentes entre la universi- dad y el espacio público? —No creo que sirva ver esta situación como un fracaso moral de los académicos. Esto es un trabajo y ningún académico tiene tanta capaci- dad de acción para cambiar los modos de traba- jo. Pero nos podemos comprometer más con la cuestión de la política del conocimiento. ¿Para qué se supone que son estos papers especializa- dos? ¿Su acumulación sirve de algo? ¿Pueden conectarse de forma que sean útiles? ¿Deberían contribuir cada uno en su manera específica a mejorar la vida? Vengo de una tradición marxis- ta donde esto solía ser un problema clave. Sin embargo, no creo que haya relaciones recíprocas claras entre la teoría y la práctica. Esas tentacio- nes son obstáculos mayores. Por eso, en el libro Molecular Red escribí sobre (el filósofo ruso) Alexander Bogdánov, al que le interesaba mucho una relación de camaradería entre diferentes ti- pos de conocimientos. En General Intellects traté de aplicar eso un poco, al mostrar cómo dife- rentes investigaciones pueden ser puestas unas al lado de las otras de formas productivas, a pesar de sus diferencias. —De hecho, el libro está compuesto por ensayos sobre intelectuales que están pensan- do problemas muy distintos, desde la preca- “Creo que el modelo del intelectual público blanco que habla en nombre de la universalidad, como Žižek, está muerto y enterrado. Ya nadie es el maestro del pensamiento. Lo que necesitamos es una producción de conocimiento hecha con un sentido de camaradería”. 10
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