Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

La disociación como forma de vida “N ada resucitará a nuestros muertos” (11) afirma el primer verso de este vo- lumen, dejando con ello atrás toda una tradición religiosa o sobrena- tural, incluso clausurando el propio deseo. Lo rotundo de su afirmación resuena como una terrible sentencia que cierra todas las opcio- nes de reencuentro. Sin embargo, Carmen García rápidamente desanda el camino toma- do y demuestra que la poesía es un artefacto superior que incluso permite establecer con- tacto con los muertos. Máquina para hablar con los muertos es el tercer libro de poesía de esta autora, quien asume la escritura como un lugar de reunión y habla con aquellos que fí- sicamente ya no están, pero dejan su huella en la escritura poética. García se inscribe en el registro de la pro- sa poética, bullente de imágenes, signos de muerte y elipsis que deconstruyen la realidad y nos aproximan a un orden paranormal. Desde ahí construye un contexto y un estado de habla, de género masculino y en primera persona, orientado hacia la comunicación y el contacto con una realidad paralela desde donde surge una voz que sugiere un accionar: “Un día ella vino y me reconoció entre los vi- vos” (11) (“vivos” es el término que marca el masculino de la voz lírica) para luego agregar: “riega los caminos que conducen al misterio” (15). La figura femenina, asumiendo una condición espectral, impone al hablante cul- tivar la conexión con los muertos. Esto signi- ficará dos giros importantes en el devenir de los poemas. El primero de los quiebres se produce al interior de un sueño del hablante masculino: “La muchacha en el fondo del mar acompaña mis sueños. Ahí, abajo, crecen algas y corales sobre su cuerpo y las criaturas marinas la be- san por las mañanas. Su presencia es blanca, como la luz de los que ya no están” (16). El hablante masculino afirma que sueña acom- pañado por la muchacha muerta que habita el fondo del mar; por tanto él se sitúa en el fondo marino, compartiendo el lugar mor- tuorio y luego una isla donde se realizan “mi- sas antiguas con el fin de rescatar la memoria de los muertos” (21). La voz masculina luego se retira y cede su lugar a la muchacha, dedi- cada a contar el paso del tiempo, a dialogar con la naturaleza y convivir con un grupo de muchachos, una suerte de “ninfos”, “niños imaginarios” (19) que “cantan a los espíritus del bosque y caminan al revés” (18). La relación estrecha de la muchacha con el entorno deriva en la pérdida de sentido de Máquina para hablar con los muertos , de Carmen García POR PATRICIA ESPINOSA H. CRÍTICA DE LIBROS 22

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