Palabra Pública - N°12 2018 - Universidad de Chile

Carlos, de 14 años, al igual que tantos otros de la ca- ravana, huyó de su hogar. “En mi barrio me dijeron que me tenía que unir a los Mara y que si no lo hacía me matarían, a mí y a mi familia. Así que por buscar un lugar mejor y tratar de salvarlos a ellos, partí”, me contó mientras alumbraba, con una pequeña linterna entre la lluvia, los pies de tres personas a quienes la piel herida ya no les daba más. La frontera El 18 de octubre, miles de personas que esperan en el puente Rodolfo Robles -que une a Guatemala con México- están expectantes y algo inquietas. Un heli- cóptero militar sobrevuela sus cabezas y la policía se alista para recibir el contingente. La madrugada del sábado 13 de octubre centenares de personas desconocidas empezaron a avanzar jun- tas hacia la carretera, una detrás de la otra. A medida que la caravana pasaba frente a otras casas, muchos más se iban sumando. Familias, hermanos, amigos, ancianos, mujeres embarazadas, adolescentes y niños. Todos y cada uno de ellos había achicado su mundo para que cupiera en una pequeña mochila. Nada ni nadie los iba a detener de su objetivo: llegar a Estados Ser mujer en la caravana no sólo es vivir con el constante miedo a que le hagan algo a tus hijos o los intenten raptar -como sucedió en más de una parada-, sino que además convives con el terror diario a que te roben, violen o rapten. Unidos para tener una vida mejor. No sería un impe- dimento la pena por dejar a los suyos, ni las llagas que se irían infectando lentamente en sus pies. Ni siquiera la incertidumbre de si lo lograrían o morirían en el in- tento. Tampoco los más de 5 mil kilómetros que ten- drían que recorrer. Algo así como cuatro días seguidos en bus o 10 horas en avión incluyendo una escala. Ese 18 de octubre, las horas al sol y la angustia de no tener claridad de si podrán cruzar empiezan a calen- tar los ánimos hasta que todo estalla con violencia. Un grupo logra tirar las rejas que los mantiene dentro de territorio guatemalteco y como una manada co- rren a traspasar las barreras. - ¡Sí se pudo! ¡Sí se puede! -, gritan a coro hasta que las bombas lacrimógenas empañan sus ojos y ahogan sus pulmones. P.13 Nº12 2018 / P.P.

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