Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

P.36 P.P. / Nº11 2018 Los hombres se dedican principalmente a la producción salitrera, las actividades portuarias y a la expansión del ferrocarril, mientras que las mujeres llegan a las ciudades a trabajar en la manufactura de textiles, alimentos y vestuarios, todos empleos considerados de menor califica- ción y complementarios al de los hombres, lo que se traduce en salarios más bajos y largas jornadas laborales. Son los inicios del siglo XX y la clase trabajado- ra chilena enfrenta difíciles condiciones de vida: hacinamiento, precarización laboral, enferme- dades, analfabetismo, altas tasas de mortalidad infantil y alcoholismo. La Iglesia y el Estado observan con malos ojos la llegada de las mujeres a las fábricas y en su intento por relegarlas al trabajo doméstico y al cui- dado de los hijos se fortale- ce el discurso conservador que vincula su inserción la- boral con la cuestión social y la crisis moral de la Re- pública, caracterizada por la desintegración familiar, el vicio y la inmoralidad. En este escenario, un sector de mujeres trabaja- doras levanta espacios de organización y acción política, inspiradas por ideas anarquistas y socia- listas, con el objetivo de luchar contra la explo- tación y el apremio de sus derechos y libertades como obreras, proletarias y mujeres. Un nuevo escenario político: irrumpe la mujer obrera El surgimiento del movimiento obrero a inicios del siglo XX trajo consigo una fuerte partici- pación de las mujeres en la industria chilena y en organizaciones obreras activas políticamen- te. Las mujeres, relegadas hasta ese entonces al espacio doméstico, comenzaron a organizarse regularmente en sociedades de resistencia y so- corro, mancomunales y filarmónicas, e incorpo- rarse en organizaciones políticas progresistas. Las primeras organizaciones de mujeres traba- jadoras surgieron bajo la lógica del apoyo mu- tuo y la solidaridad con el movimiento obre- ro, en un contexto donde todavía no existían leyes laborales e instancias de organización de las y los trabajadores. En ese sentido, la par- ticipación laboral de las mujeres a inicios del siglo XX configuró un nuevo sujeto político: la mujer obrera, que llegó a transformar la lógica del movimiento obrero que se piensa exclusiva- mente masculino, y que impactó en la sociedad de la época que veía a las mujeres como ad- ministradoras innatas del orden doméstico, del hogar y de la familia. El trabajo asalariado de las mujeres, además de ser menos calificado y considerado inferior, de- veló una contradicción: por un lado era sancio- nado por la Iglesia y el Estado por los supuestos “peligros” que conllevaba la salida de sus hogares y, por otro, era alentado por los empresarios que veían su potencial como mano de obra. La historiadora Ana López Dietz explica que a medida que comenzaron a elaborarse las pri- meras leyes laborales, el Estado aplicó reformas parciales al trabajo de las mujeres basadas “en leyes de resguardo dirigidas hacia la mujer y su cuerpo”, como la prohibición o limitación del trabajo nocturno y derecho de pre y post natal. El problema, sin embargo, radicó en que la apli- cación de la mayor parte de estas leyes quedó a libre arbitrio de los empresarios. El accionar y las prácticas de las mujeres trabaja- doras se encontraban en la mira del Estado y la Iglesia en tanto eran “objetos del discurso público, católico y patriarcal sobre la familia y la imagen “Hay un impulso a la organización de las mujeres y se podría decir que esa tradición está muy presente en la fundación del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (Memch), que toma entre sus reivindicacoines las demandas de la mujer trabajadora”, señala Ana López.

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