Palabra Pública - N°11 2018 - Universidad de Chile

mente comenzaron a instalarse en Chile. Hoy conviven allí colom- bianos, haitianos, dominicanos y venezolanos. “A través de los cités puedes contar la historia de la migración en Chile. Primero fue la migración campo-ciudad, luego la transfron- teriza peruano-boliviana en los ‘90, posteriormente la de colom- bianos a partir del año 2000, y lo que vemos hoy, que es toda la ola migratoria de haitianos y venezolanos”, asegura Pedro Palma, geógrafo y magíster en Desarrollo Urbano del Observatorio Cite (Ciudades Integradas al Territorio). Lentamente, el cité, con una estructura física de pasaje, comenzó a modificar su apariencia debido a las variadas intervenciones que realizan tanto chilenos como extranjeros. Palma estudió el tema en el marco de una investigación sobre patrimonio inmaterial en estos conjuntos habitacionales. El trabajo aportó información sobre la ocupación del espacio y el cambio en la morfología original. “Los ocupantes de los cités se empiezan a apropiar del lugar producto del hacinamiento. Construyen habitaciones hacia el exterior de las viviendas y el interior es modificado con segundos y terceros pisos, subdivisión de las habitaciones y fabricación de altillos”, cuenta. La familia Delgado pasó por el mismo proceso. En total eran ocho personas y contaban con tres pequeñas piezas. La dueña del inmueble los autorizó para construir un altillo. Allí se instalaron Margarita y Alfredo, junto a las hijas del matrimonio. Los hombres ocuparon las piezas restantes. De acuerdo a los planos de las viviendas investigadas, Palma pudo comprobar que las habitaciones originales prácticamente se triplica- ron. “Casas de 70metros cuadrados, con tres habitaciones, pasaron a tener hasta ocho piezas”, explica. En los cités más pequeños la estra- tegia fue otra. Como la subdivisión era imposible debido al tamaño, optaron por rotar el uso de camas de acuerdo al horario de trabajo de los ocupantes. Una práctica conocida como “camas calientes”. La creciente demanda de espacios, sin embargo, ha generado nue- vas ofertas de vivienda. Viejas casas con terrenos de 400 o 500 metros cuadrados, ubicadas en Lo Hermida, Quinta Normal o Cerro Navia, han construido en sus patios habitaciones a ambos costados, con un estrecho pasillo al medio y baños compartidos, resucitando la morfología clásica de los viejos conventillos. La transformación de los patios traseros de las viviendas antiguas es un fenómeno extendido. A tal punto ha llegado la especulación, que arriendan antiguas bodegas, utilizadas para almacenar balones de gas, las que han sido acondicionadas como habitaciones. “Son viviendas ubicadas en Estación Central, cerca de 5 de abril con Las Rejas, que originalmente tenían ese espacio y que lo adaptaron para arrendarlo. Apenas cabe una cama de una plaza con una repi- sa”, cuenta la Geógrafa Yasna Contreras. Si de espacios reducidos se trata, se han reportado casos que ape- nas califican para cuchitril. “Nos hemos encontrado con arriendo de corredores, separados por cortinas, y espacios ubicados debajo de una escalera. La especulación se ha instalado transversalmente, configurando un retrato deshumanizado de la sociedad chilena y naturalizando la explotación contra la gente. Porque el que alquila sabe que el migrante es un buen pagador y que trabaja para tener un techo. Por eso es un sujeto cautivo del mundo laboral. Está atrapado entre la vivienda y el trabajo”, agrega la socióloga María Emilia Tijoux. La única manera de entender a los otros, asegura, es formularse una simple pregunta a sí mismo: “¿Estarías dispuesto a vivir en las mismas condiciones?”. “Los migrantes no llegaron a aumentar los problemas sociales , sino a condensar a través de sus experiencias en cités, campamentos o edificios, las mismas vivencias por la que han pasado miles de chilenos”, dice Bruno Rojas, del Movimiento de Pobladores Vivienda Digna. P.13 Nº11 2018 / P.P.

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