Palabra Pública - N°10 2018 - Universidad de Chile
A cien años de la Reforma Universitaria de Cór- doba, del Grito de Córdoba en las aulas, los campus, el país y América Latina, la Revolución de las Hijas se dejó ver en las aulas, los campus, las calles, la vida. De verde se tiñeron los cristales antes que la conservadora imagen de la historia se rompiera en mil pedazos esos días de junio, cuando en el Congreso de los Diputa- dos de la Nación, en Buenos Aires, se aprobara la le- galización del aborto en Argentina. No hay equipajes perdidos cuando se trata de transformaciones sociales. No hay tiempo que perder, se decía en las calles cor- dobesas, a una hora de viaje en avión desde Santiago de Chile. Aquí, al lado, pero tan lejos. Argumentos y afectos se cuelgan de abrazos entre mujeres que no se conocen. Las calles arden entre pañuelos verdes y fogatas a la espera de la votación allá en la capital. Las voces de las provincias, aquellas que se organizaron por meses y años en movimientos políticos, partidos, juntas de vecinas/os, viajaron a la capital. No hay ojos cansados en las calles cordobesas cuando se trata de lu- char por dignidad, libertad, clase. Aquí se juega el fin de la clandestinidad, porque la clandestinidad mata. Lo que está en juego es voltear la estructura pa- triarcal con discursos que dan paso a los hechos, con actos, como el simple gesto de “ser dueña de tu propio cuerpo y los destinos de tu vida”, como dice Rosario, de 19 años, mientras mira la fogata que está junto a ella y dice que “esto es para que no sigan muriendo, sobre todo las compañeras pobres; porque este derecho debe ser resguardado por el Es- tado y nadie tiene que impedirlo, piense lo que se piense”. A su lado, Matilde, que cruza los 20, ofrece café, abrigo y pañuelo: “¿Sabes? Es emocionante sa- ber que mi mamá no pudo, que mi abuela no pudo, que yo sí podré si me veo oprimida; el aborto es la última opción. Nadie quiere abortar por abortar, pero si estás en una situación así de dura es bueno saber que la sociedad está contigo y no te condena; el Estado debe educar, proveer métodos anticon- ceptivos, pero si todo falla, no puede tirar tu vida; el Estado somos nosotras también”. Madrugada, 14 de junio. Mientras los hombres acompañan, ellas buscan señal para los celulares, ha- cen turnos para apuntar los argumentos llegados des- de el Congreso; cuentan y juntan fuerza para enviar, como un ethos renovado que fuera posible enviar por chat hasta Buenos Aires, donde están amigas, parien- tes, compañeras. De los carteles a las redes digitales que conectan al mundo todas las frases. Cordobesas y de pueblos cercanos hacen trueque de azúcar, yerba mate, y escuchan, traslapando a 2018 el tremendo capital colectivo de pertenencia que las une en mo- “Las voces de las provincias, aquellas que se organizaron por meses y años en movimientos políticos, partidos, juntas de vecinas/os, viajaron a la capital. No hay ojos cansados en las calles cordobesas cuando se trata de luchar por dignidad, libertad, clase. Aquí se juega el fin de la clandestinidad, porque la clandestinidad mata”. P.10 P.P. / Nº10 2018
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