Palabra Pública - N°9 2018 - Universidad de Chile

caso de Chile, algunos de ellos terminaron inmersos en la vida urbana del continente, como servidumbre doméstica o artesanos. Pero sea como fuera su desti- no, el trauma de ser arrancados violentamente de sus lugares de origen y las condiciones de sometimiento demolieron su sentido de identidad y pertenencia a sus comunidades. Orlando Patterson llama a esto “la muerte social”; es una de las características intrínse- cas de la esclavitud. Me parece que la capacidad de sobreponerse de forma activa y creativa a estas cir- cunstancias abyectas constituye el mayor aporte de la población africana y afrodescendiente al continente. Frente al quiebre definitivo con su pasado empezaron a reformular sus propias identidades. El anhelo de sobreponerse a las circunstancias adversas empezó en el mismo viaje donde los hombres y mujeres esclavi- zados formaron vínculos con sus compañeros. Con- tinuaba en tierra firme a través de la construcción de relaciones con otros grupos en base al compadrazgo, por ejemplo. Además, y como parte del proceso de reconstruir sus vidas en América Latina, las personas esclavizadas formulaban una resistencia a la violencia y esterilidad de una vida de subyugación, con expre- siones personales o grupales que la diáspora africana legó al continente. Las religiosidades sincréticas como el candomblé, la santería o el vudú, los bailes “lasci- vos” de puerto tales como la marinera peruana y su versión chilena, la cueca, son sólo las más evidentes reformulaciones del pasado africano que se enraiza- ron en América colonial. Sobre todo en las ciudades y las zonas mineras, los africanos y sus descendientes se esforzaron para conseguir la libertad, pero a pesar de este paso importante hacia la integración seguían liga- dos a las nuevas identidades formuladas en América. Estas fueron la base del compañerismo en una milicia de “pardos”, por ejemplo, o en la cofradía de “mula- tos” en el Convento de San Agustín en el siglo XVII que, a su vez, se articulaban de muchas formas con la sociedad más amplia, en acciones caritativas o cele- braciones públicas. También hay aportes, y muchos, que se conocieron en las cocinas y en las enfermerías, donde se apreciaba la mano cuidadora y sanadora de los afrodescendientes, especialistas en la cirugía y la curación innovadora en base a elementos españoles, indígenas y, presumiblemente, africanos. Así, en diá- logo con otros grupos, los afrodescendientes logra- ron echar raíces en geografías nuevas. Finalmente, aprovecharon las porosidades de la sociedad colonial también, eligiendo un cónyuge mestizo, indígena e incluso español. Esta mezcla explica en buena parte la ausencia de un grupo claramente identificable como afrochilenos. Pero es innegable que los indicios de las huellas africanas permanecen en nuestra materia genética, como demuestra el estudio conducido por Soledad Berríos, publicado recientemente en El ADN de los chilenos . -¿Crees que esos aportes pueden ser aprendidos y aprehendidos en Chile, un país que ha vivido de espaldas a sus orígenes? P.50 P.P. / Nº9 2018 / Dossier

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