Palabra Pública - N°9 2018 - Universidad de Chile

2009) y co-editora de Del nuevo mundo al viejo mundo: mentalidades y representaciones desde Amé- rica (Santiago: Fondo de Publicaciones America- nistas/Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2007). De ahí que como antesala del siguiente diálogo vuel- ven sus palabras, escritas en el libro Racismo en Chile. La piel como marca de la inmigración (Editado por la académica María Emilia Tijoux en alianza con la Editorial Universitaria y la Vicerrectoría de Ex- tensión y Comunicaciones): “(…) uno de nuestros antepasados, de hace seis generaciones, pudo haber sido africano. Si estos ancestros están desconocidos, olvidados o negados por los chilenos de hoy, no es porque se toparon en la época colonial con un muro insuperable de discriminación racia. Al contrario, y como hemos visto, la piel oscura fue sólo uno de va- rios factores que determinaban las relaciones sociales de la Colonia, y ninguno de ellos fue un obstáculo para la integración de los africanos y afrodescendien- tes a la sociedad más amplia”. -Siendo la coloniadidad un proceso sin sutura, ¿qué es lo que hoy puede persistir en Chile desde la época de la esclavitud y de la estructuración que los esclavos libertos pudieron aportar para la construcción de la una nación que aún -aunque menos- insiste en en su blanquitud? Encuentro que es imprescindible establecer un diá- logo sostenido entre el presente y el pasado sobre el tema de la migración afro en Chile. Así, desde nuestras inquietudes actuales por la migración formulamos preguntas sobre las experiencias e integración de los africanos esclavizados de los siglos XVI al XIX. A la vez, reflexionamos sobre los vínculos que puedan existir entre ese pasado, tal como lo reconstruimos desde los archivos y la memoria colectiva, y nuestras formas actuales de reaccionar frente a la llegada de afrodescendientes de otros espacios latinoamerica- nos. En la Colonia las fronteras entre grupos no se formulaban simplemente en base a sus orígenes an- cestrales. En vez de aplicar cualquier óptica biológi- ca o “científica”, se configuraba la posición social de una persona, lo que se conocía como su “calidad”, en base a un conjunto de factores tales como su ac- tividad económica, la ropa que usaba, su dominio de las costumbres hispanas o su participación en una milicia o cofradía, además del color de la piel. Luego de acceder a la libertad, los afrodescendientes lograban el ascenso social a través del uso estratégico de estos factores y las posibilidades bastante amplias de matrimonio con personas de otros orígenes. Sin embargo, la mancha de la condición de esclavitud de los antepasados fue siempre muy difícil de borrar. La construcción de la nación en el siglo XIX invo- lucró eliminar la naturaleza corporativa de la socie- dad y produjo una homogeneización en el papel de todos los grupos sociales -ya eran todos chilenos-, pero poco o nada aportó a terminar con la discri- minación en base a orígenes africanos o indígenas. Se los blanqueó en la memoria colectiva, creando el mito de la raza chilena que negó los aportes de los afrodescendientes a la conformación de la sociedad. “(Los aportes de la población afro) son innegables en todos los ámbitos de la vida durante los siglos coloniales y desde entonces. Con sus voces y tambores animaban las actividades religiosas de la ciudad de Santiago; en sus talleres fabricaban los altares que adornaban varias iglesias; y se juntaban en agrupaciones para el bien material y espiritual de sus integrantes”. P.48 P.P. / Nº9 2018 / Dossier

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