Palabra Pública - N°9 2018 - Universidad de Chile

Una marquesina recién estrena- da da la bienvenida al Teatro Nacional Chileno (TNCH), que mira de reojo a La Moneda. Adentro, Ramón Griffe- ro (1954) hace un balance del año que cumple, ahora en mayo, siendo director de lo que él define como “un lugar de resistencia”. Y de resistencias sí que sabe desde aquel 1971 en que ingresó a estu- diar sociología en el Instituto Pedagógi- co de la Universidad de Chile, para salir dos años más tarde, veinte días después del golpe de Estado, al exilio en Europa. Resistencias que asumió luego de regre- sar, en 1982, en la compañía Teatro Fin de Siglo (1984-1987, en El Trolley) con obras como Historia de un galpón aban- donado y Cinema-Utoppia . Este mismo Teatro Nacional, incluso, supo de él en 1995 con Río Abajo y Almuerzo de Me- diodía (Brunch) en 1999. Y hoy sabe de él no sólo como director del TNCH, sino como director y dramaturgo de La Iguana de Alessandra , que estrenará el 12 de mayo y en la que actúa un elenco para no perderse, pro- tagonizado por Paulina Urru- tia y Pablo Schwarz. Ha sido profesor, director, dramaturgo, maestro; a él se le debe la dramaturgia del espacio, una construcción teórica que no se puede asumir deprisa. Hace un año ganó el concurso que lo trajo de regreso a la Universidad de Chile, un espacio que describe como “un residuo de memoria arquitectónica y de lo que sucede en el país. Este lugar ‘es otra cosa’, muy distinta a la de la universidad priva- da. Aquí el saber es un saber público que nadie quiere privatizar. Aquí el saber y la memoria del país se encaminan a través de su espacio educacional máximo que es la Universidad de Chile”. Cuando él se fue al exilio, reflexiona, “me exilié también de la Universidad y esta vuelta es como quemar la etapa del regre- so. Hay conexiones que pueden parecer románticas, pero no, uno las ve desde otro lugar. Pienso en ese curso de teatro al que pertenecía, que se desplaza a otros lugares, que uno visita en varios países, en sus propios exilios. También se exilió una parte de la Universidad de Chile”. Este regreso lo sorprende cuando “esta- mos viviendo el final de una transición política, cultural. En la dictadura hubo gente que sí levantó la voz e hizo teatro de resistencia, pero otra que no levantó la voz. Ahora se cierra esta etapa, aun- que aún hay algo pendiente: siempre se habla del teatro de resistencia, pero no del teatro que fue complaciente o que calló ante la dictadura; no hay libros del teatro pro-dictadura, donde se muestren a actores, directores, dramaturgos que compartieron cócteles con los milita- res, que fueron parte de los bufones del régimen”. Griffero no es nostálgico y desde esa antinostalgia dice que para hacer el cierre de la transición faltan esas piezas, pero pareciera que hay un temor de contar. “Entre las últimas conversaciones que tuve con Andrés Pérez siempre salía el tema de escribir la historia negra del teatro chileno. Re- cién ahora se está rompiendo el silen- cio y ahí los jóvenes, y especialmente la Universidad de Chile, tienen un rol fundamental”, recuerda el autor de los relatos de Soy de la Plaza Italia . Y en ese silencio, asiente, “lo que nun- ca se ha subrayado es que lo que triunfó más fue la política cultural de la dictadu- ra. Por ejemplo, cambiar el arte por fa- rándula o que los rostros de la dictadura sigan siendo hoy algunos de los rostros de la televisión, es un triunfo para ellos”. Y en ese contexto neoliberal e institu- cional, enfatiza, “este Teatro Nacional en una Universidad como ésta viene a ser un nuevo teatro de resistencia. Hoy el arte de mercado es lo que prima, por eso resistimos; debe existir el mercado del arte, pero que no nos deje arrinco- nados. Frente al modelo oficial, nosotros estamos en la resistencia. Lo que uno está curatoriando son las obras que desarro- llan y exploran los lenguajes artísticos”. “Antes, la clase media republicana as- cendía por la cultura, por lo tanto parte de ese ascenso tenía que ver con que ha- bía que ir a conciertos, saber quién era Shakespeare o Brecht, hablar de la cul- tura tradicional. Los teatros universita- rios responden a esa necesidad. Cuando la clase media asciende por lo económi- co y no por la cultura, el teatro pierde su rol protagónico en este tipo de so- ciedad. Por lo tanto, la continuidad de referentes se va desvaneciendo. Ahora no se viene al teatro naturalmente, por lo general, y es por eso que hay que salir a buscar a la audiencia”. Así es como “una labor del Teatro Nacio- nal es consolidar un espacio de arte en la escena del país y a nivel internacional. Este teatro valoriza la creación artística que se presenta sobre su escenario. Le da P.40 P.P. / Nº9 2018

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