Palabra Pública - N°8 2017 - Universidad de Chile
a la misma religión, en cuanto demarca mejor, y por lo mismo refuerza, los ámbitos de lo eterno y sagra- do, por una parte, y de lo temporal y profano, por otro? ¿No ocurrirá que merced a ella -en palabras de Teilhard de Chardin- “el núcleo de lo religioso se desprende ahora ante nuestros ojos más diferen- ciado y vigoroso que nunca”? ¿No está acaso en esa misma línea la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, cuando refiriéndose a las nuevas condiciones de nuestro tiempo sostiene que “dichas condicio- nes afectan a la misma vida religiosa: por una parte, el espíritu crítico, más agudizado, la purifica de la concepción mágica del mundo y de las pervivencias supersticiosas, y exige cada día más adhesión verda- deramente personal y activa a la fe”, de todo lo cual resulta –concluye el citado documento- “el que no pocos alcancen un sentido más vigoroso de Dios”. Agregaré que, como es obvio, la moral es indepen- diente de la religión en el sentido de que así como resulta posible una moral con Dios, esto es, una moral que tome sus preceptos de un credo reli- gioso –por ejemplo, el cristianismo- y que de he- cho es adoptada por quienes comparten ese credo, también es posible una moral sin Dios, o sea, una moral laica. Esto quiere decir que no sólo personas creyentes pueden desarrollar una idea del bien, de- terminar los caminos para realizarla y ponerse en marcha para concretar esa idea en la mayor medida posible. Muchas veces se afirma, erróneamente, que sin Dios todo está permitido en el terreno moral, una idea que cierra toda posibilidad para una moral laica. Sin embargo, y además de no corresponderse con la realidad, puesto que muchos no creyentes se comportan moralmente y pueden dar razones para ello con entera independencia de la existencia de Dios y de los premios y castigos divinos que los sujetos religiosos imputan a los comportamientos moralmente correctos e incorrectos, la idea de que sin Dios todo está permitido se revierte a veces en su contraria, puesto que el fanatismo religioso jus- tifica en nombre de la fe la violencia y aun la elimi- nación física de quienes no participan del credo de que se trate, es decir, de los infieles. ¿No fue “Ala” la última palabra que salió de los labios de los terro- ristas islámicos que estrellaron sus aviones contra las torres gemelas en Nueva York? ¿No era acaso en nombre de “Dios” que el tribunal de la santa inqui- sición católica privaba de su patrimonio y aun de su vida a quienes no creían en Él o simplemente blas- femaban? ¿No fueron reformadores calvinistas los que en 1553 asaron vivo al médico español Miguel Servet por haberse declarado contrario al bautismo de los recién nacidos? Volviendo a la moral religiosa, es decir, a códigos de comportamiento moral que se corresponden con determinados credos religiosos, está también el pro- blema de que no todos los creyentes de una misma religión comparten íntegramente el código moral de esta, o, lo que es lo mismo, no todos tienen una misma interpretación del mensaje moral del funda- dor de la respectiva religión. Por otra parte, y si nos situamos ahora en el ámbito más limitado de una iglesia en particular, no todos los fieles comparten ni tampoco siguen las pautas de tipo moral que impo- nen los ministros y jerarcas de esa iglesia. Esto quiere decir que no hay perfecta coincidencia en temas mo- rales entre quienes comparten una misma religión, y ni siquiera entre quienes forman parte de una misma “Mirada desde cierto punto de vista, una moral laica es no sólo posible, sino también más meritoria que una de tipo religioso, puesto que el no creyente que cumple la moral que ha adoptado autónomamente no cuenta para ello ni con la promesa de la salvación ni con la amenaza de la condena eterna”. P.48 P.P. / Nº8 2018 / Dossier
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