Palabra Pública - N°8 2017 - Universidad de Chile
Es probable que los intelectuales de esas revoluciones locales y sus seguidores lean con estupor textos como el de Aleksiévich. Y no es para menos, sobre todo cuando, por más pragmática que sea la visión sobre la vida y la liberación de las clases subyugadas, se tiene la convicción de que Stalin tiñó de horror a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. be la autora y, leída desde Chile, se cae en la tentación de pensar en el ciclo al revés. La dictadura cívico-militar logró lo con- trario, que el Mercado (con mayúsculas) sustituyera la vida. Ambos ciclos, el fin de la URSS y el fin de la dictadura, abrieron los ‘90 por estas latitudes: a Gorvachov y Yeltsin les colgaban carteles de “vendidos y traidores” mientras aquí se esperaba que llegara la alegría, al fin. Aleksiévich recoge, al concluir su libro, los “Comentarios de una mujer ordina- ria”. En estas líneas, “una mujer ordina- ria” vive como una más en la larga histo- ria, en algún punto de los cien años que hoy algunos recuerdan, lavan o se apro- pian. Ella sólo recuerda, tributando a la utopía desde un lugar aislado de Rusia, desde ese margen del que nadie habla, pero que se nos hace tan familiar hoy en todo el mundo occidental: “Aquí la nieve lo cubre todo en invierno. Las casas, los coches…A veces nos pasamos semanas enteras sin ver pasar el autobús. De lo que se cuece en Moscú no tenemos idea. ¡Está a mil kilómetros de nosotros! Vemos en la televisión las noticias de Moscú como quien ve una película. Conozco a Putin y a la cantante Alla Pugachova, pero del resto no sé nada. Y veo los mítines y las manifestaciones en las noticias, pero aquí seguimos viviendo como vivíamos an- tes… Nuestra vida bajo el capitalismo es exactamente la misma que teníamos bajo el socialismo (…). Tengo 60 años, ¿sabe? Yo no soy de ir a la iglesia, pero necesito tener alguien con quien hablar. Alguien con quien hablar de lo humano y lo divi- no…A quien decirle que envejecer es un asco, por ejemplo. Y que no tengo ningu- nas ganas de morir”. Esta “mujer ordinaria” tal vez habría habla- do de lo humano con otras mujeres a co- mienzos del siglo XX. Y es que la Revolu- ción Rusa no habría dejado esta huella si no fuera por otras que, como ella, angustiadas por el devenir de una clase, lucharon, mu- rieron y articularon un discurso que se ma- terializaría –a la vanguardia de cualquier país hasta ese momento- en el derecho al aborto libre y gratuito, al divorcio, la legitimidad de los hijos nacidos fuera del matrimonio, la despenalización de la prostitución y de la homosexualidad y el derecho a no seguir sujetas a la “esclavitud doméstica”. Stalin bo- rraría parte de estos logros; logros fundados en la utopía revolucionaria. Nadezhda Krupskaia (1869-1939), Alexandra Kollontai (1872-1952), Ines- sa Armand (1974-1920), Elena Stasova (1873-1966) son nombres que resuenan hoy para devolvernos el proceso revolu- cionario –con toda la fuerza de la clase trabajadora- al grito de ¡Pan y paz!, recor- dado cada 8 de marzo desde 1917 (23 de febrero del año juliano). Con prólogo de Hannah Arendt, se recomienda releer el texto editado este año por Página Indó- mita, Revolución Rusa , de Rosa Luxem- bugo (1871-1919), quien, siendo una teórica marxista fue crítica de algunas prácticas bolcheviques. Los destinos En tres volúmenes y con letras de destierro, LeónTrotski (1879-1940) escribió Historia de la Revolución Rusa , intuyendo, tal vez, que sería leído, como un legado, en 2017. Seguro, nunca imaginó que estaría entre los libros ubicados prolijamente en estan- terías europeas para promover la oferta sobre “comprender la Revolución Rusa”. Hoy Trotski es leído por los anticapitalistas que reivindican su nombre y el trasfondo emancipador y democrático de 1917. Trotski escribe: “En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la P.31 Nº8 2018 / P.P.
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