Palabra Pública - N°8 2017 - Universidad de Chile

cuando, por más pragmática que sea la vi- sión sobre la vida y la liberación de las clases subyugadas, se tiene la convicción de que Stalin tiñó de horror a la Unión de Repú- blicas Socialistas Soviéticas. Stalin no fue un paréntesis y si no lo fue, ¿lo de hoy es el futu- ro? Al final de este texto el mapa nos llevará a textos fundantes, que presagiaban larga vida y no el ocaso cuyo marco es un horizonte nomenos desalentador, condicionado por la crisis terminal del Estado-Nación liberal, de un capitalismo sin rumbo y sin humanidad, y por unas democracias representativas sin representantes, pujando por la participación directa que logre unir los retazos. Mientras vivimos en estado de simulacro, leemos a la Revolución Rusa bajo un manto de extra- ñamiento, donde la izquierda sostiene un mapa que, desde los ‘90, le ha sido arreba- tado por terceras o cuartas vías que sólo han logrado aceitar la máquina de los tiempos. “Las barricadas no son un buen lugar para un escritor. Son una trampa. En las barrica- das la vista se nubla, las pupilas se contraen, los colores se difuminan. Desde las barri- cadas se ve un mundo en blanco y negro donde los hombres se convierten en los puntos negros que hay en el centro de las dianas. Me he pasado la vida en las barrica- das y me gustaría salir de ellas de una vez, aprender a gozar de la vida, recuperar la vista. Pero vuelve a haber decenas de miles de personas que salen a la calle tomadas de la mano, llevan cintas blancas sujetas a las chaquetas: son un símbolo de resurrección, de luz. Y yo estoy con todas ellas”, escribe Aleksiévich antes de hacernos caminar por las historias recogidas tras el largo final de la URSS y lo que vino después, el fervor y la amnesia, el individualismo y la nostalgia por recuperar una ideología irreductible e incompatible con las luces de neón colga- das sobre el borde de una carretera hacia ninguna parte. “¿Por qué aparecen en este libro tantos relatos de suicidas y no de per- sonas comunes con sus comunes biografías soviéticas? (…) Yo busqué a aquellos que se habían adherido por completo al ideal, a aquellos que se habían dejado poseer por él de tal forma que ya nadie podía separar- los, aquellos para quienes el Estado se había convertido en su universo y sustituido todo lo demás, incluso sus propias vidas”, escri- Los destinos a los que hace referencia Trotski, de los que hablaba Marx y Lenin, implican leer la historia desde un contexto donde sea fácil advertir “la bayoneta” o la demagogia, para desviar el foco a las ideas y las materialidades en busca de la “vida buena”. En estos días de paradojas y tensiones, las contradicciones se agudizan al mismo tiempo que se blindan soterradamente. Y es así como revisando afiches chilenos que dan cuenta del variado repertorio de con- memoraciones, el guiño con el presente nacional y/o mundial se dibuja en la nos- talgia inocua y en el secreto anhelo de ver al “hombre nuevo” cruzando el umbral del siglo XXI con la frente en alto en medio de un panorama falto de la necesaria épica para sobrevivir. Las siguientes líneas se lanzan como puntos georreferenciados en una cartografía litera- ria prolífica en torno a la conmemoración. Se recomienda comenzar por el epitafio y avanzar hacia los discursos de liberación, a la praxis del pueblo que construyó teoría. Es Svetlana Aleksiévich (1948), Premio Nobel de Literatura, quien con su libro El fin del “Homo sovieticus” (Acantilado, Bar- celona, 2015) pone una lápida al comu- nismo que surgió de una Revolución Rusa inspiradora aún para muchos, adoptada por una América Latina que, entre déca- das del siglo XX, se levantó no pocas veces para, “desde abajo”, poner en primera pla- na la voz, la acción y el voto de oprimidos, esclavizados y dominados. Es probable que los y las intelectuales de esas revoluciones locales y sus seguidores lean con estupor textos como el de Ale- ksiévich. Y no es para menos, sobre todo P.30 P.P. / Nº8 2018

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