Palabra Pública - N°7 2017 - Universidad de Chile

salas de baño y duchas. Puede ser que una vez ejercitada la vida fuera del modelo dominante, la continúen, sólo que ocultándola. Van a marchar por las calles el día de la Marcha del Orgu- llo Gay. Tensionan al Parlamento, demandando una Ley que reconozca y dé protección al derecho a la identidad de género. Reivindican el derecho a cambiar el nombre y sexo registral en los documentos oficiales sin tener que pasar por ninguna evaluación médica ni psicológica. Si el proyecto de ley que reconoce y da protección al derecho a la identidad de género fuese aprobado en el Parlamento, arribarán si son mayores de edad y no tienen vínculo matrimonial, a un cambio de nombre y sexo registral, sólo que mediando la presentación de un certificado médico que acredite que cuenta con las condiciones psicológicas y psiquiátricas para formular este cambio. Por cierto, esto último está siendo y será fuertemente resistido. La Universidad inició, a través de una de sus unidades, su propia transformación. Se trata del “Decreto Mara Rita” -como lo ha llamado DIVERINAP, la agrupación por la diversidad sexual del INAP-, que es fruto de un decreto que en 2016 crearon el Instituto de Asuntos Pú- blicos y la Escuela de Gobierno y Gestión Pública. Mara Rita era el nombre de una estudiante de la carrera de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades, una de las más importantes activistas transgénero del país, que murió a causa de un aneurisma fulminante. Su propósito en su artículo primero: “ respetar la identidad de género adoptada o autopercibida de cualquier persona que estudie o trabaje en esta Unidad Académica” . Como institución, se trata de hacer posible lo anterior, no de hacer en la medida de lo posible. Esto es, que los sis- temas de identificación y registro operen con nombre social y códigos de identificación civil simultáneamente. Su presencia desafía en su propia casa a las disciplinas de la psicología y la psiquiatría, Resisten el modelo de conocimiento dominante sobre la sexualidad y el géne- ro, y movilizan nuevas interrogantes. En cursos CFG se vuelven profesor*s invitados por académicas y académi- cos a debatir con otros estudiantes y mostrar cómo unos modelos científicos y políticos pueden ser cuestionados y transformados al contacto con estas identidades y cuerpos no normativos. No acatan ninguna catalogación, ni etiqueta, ni defini- ción impuesta por parte de la institución médica; recla- man el derecho a autodenominarse. Rechazan la “psiquiatrización”, es decir, la práctica de definir y tratar la transexualidad bajo el estatuto de tras- torno mental, a la confusión de identidades y cuerpos no normativos con identidades y cuerpos patológicos. Rechazan el paradigma en el que se inspiran los proce- dimientos actuales de atención a la transexualidad y la intersexualidad mediante procesos médicos de nor- malización binaria, ya que reducen la diversidad a sólo dos maneras de vivir y habitar el mundo. Presupone la existencia única de dos cuerpos (hombre o mujer) y asocia un comportamiento específico a cada uno de ellos (masculino o femenino), utilizando el argumento de la biología y la naturaleza como justificación del or- den social prevalente. Hay quienes se definen, más que otr*s, radicalmente a partir de lo que conocemos como género no binario, que no ajustan a los espectros de géneros binarios (mas- culino y femenino), y que resisten el tránsito del uno al otro al modo de un eje unidimensional, según el cual mientras más se aproxima un individuo a lo masculino mas lejos estará de lo femenino. Están en una resistencia cultural y política, y la Universi- dad es un espacio en que ello ocurre. Saben que se trata de un esfuerzo político por la transformación –o la preserva- ción- del orden sexual, de género y de familia. Saben que en las instituciones podría decirse sobre la transfobia lo que Daniel Borrillo sostiene respecto a la homofobia: La homofobia deviene la guardiana de las fronteras sexuales (hetero/homo) y las de género (masculino/femenino), y Florence Tamagne, que las representaciones homofóbicas tienden a fijar los límites de la “normalidad”: la estigma- tización de los comportamientos “desviantes” implica la denuncia de una “confusión de los géneros”. P.23 Nº7 2017 / P.P.

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