Planificacion y evaluacion para los aprendizajes en educación infantil desde un enfoque de derechos
41 de éstos realizó deporte o actividad física en la semana anterior a la encuesta. Además, el porcentaje de niñas, niños y adolescentes que participaban en actividades artísticas y culturales el año 2012 era de 11% (5 a 8 años) y 28% (9 a 17 años). El informe concluye que no se cuenta con datos para todos los grupos de edad, que la información es insuficiente para un análisis comparativo internacional y que no se cuenta con información sobre la percepción de niñas y niños sobre las oportunidades de realizar actividades deportivas, culturales y de esparcimiento en su comunidad (Consejo Nacional de la Infancia 2017). Datos más específicos sobre la situación del juego en contextos educativos muestran que el tiempo dedicado al juego -en un estudio en 12 salas de jardín infantiles- representa el 4% de la jornada y que el juego guiado es casi inexistente en las salas de transición menor en 58 establecimientos de todos los niveles socioeconómicos (Grau et al. 2018). Pero ¿qué sabemos actualmente desde las ciencias del aprendizaje y el desarrollo respecto a la naturaleza psicológica e instrumental del juego que nos ayude a comprender mejor su valor para el desarrollo cognitivo y social? Vygotski (1978) afirmó hace un siglo que “la acción en la esfera imaginativa, la creación de propósitos voluntarios y la formación de planes de vida reales e impulsos volitivos hacen del juego el punto más elevado del desarrollo preescolar”. Argumentó que, a diferencia de la vida real, en el juego la acción se subordina al significado, que actuar roles en juegos imaginarios requiere seguir determinadas reglas de comportamiento, que la creación de una situación imaginaria es la primera manifestación de su emancipación de las limitaciones que surgían de su interacción con el mundo y que, por todo ello, el juego creaba una zona de desarrollo próximo en el niño. Desde conceptualizaciones más contemporáneas se argumenta que la actividad lúdica produce alegría, sorpresa o sentimiento de superar dificultades, implica un elevado involucramiento, compromiso y concentración en la actividad, genera un ciclo iterativo de intentar nuevas posibilidades, comprobar hipótesis y descubrir nuevas preguntas, promueve la interacción social y permite al niño encontrar significado a lo que hace vinculando las nuevas experiencias con su conocimiento previo (Hirsh-Pasek et al. 2015, Zosh et al. 2018). Así, la revisiónde la literatura psicológica sobre el desarrollo en la infancia y su vinculación con las interacciones de naturaleza lúdica
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