Antología de Andrés Bello

tar el poeta; con aquella naturalidad amable, que parecia ya imposiisle de restaurar a la poesia seria castellana y que pro- bablemente sera todavia mirada con desdCn por algunos de 10s que solo han formado su gusto en las obras de la escuela de Herrera, Rioja y Moratin; y todo ello sostenido por una versi- ficacidn que, si no llega a la soltura y melodia del romance oc- tosilabo del siglo XVII, es generalmente suave y armoniosa; compenshdose lo que bajo este aspect0 se eche de menos, con el superior inter& del asunto que casi siempre es una acci6n grande, apasionada, progresiva, y adaptada a1 espiritu filos6fico de 10s Iectores del siglo XIX. El talent0 descriptivo de don Angel Saavedra, bastante co- nocido por sus escritos anteriores, es lo que constituye, a nues- tro juicio, la principal dote de sus Romances Hlstoricos. Pero, resucitando la antigua leyenda, le ha dado facciones que en cas- tellano son enteramente nuevas. Hay una gran diferencia entre el gusto descriptivo de 10s antiguos y el moderno, adoptado por el duque de Rivas. Breves rasgos, esparcidos aca y all&,per0 oportunos y valientes, es todo lo que en la poesia griega y ro- mana, y en la de 10s castellanos de 10s siglos anteriores a1 nues- tro, cup0 regularmente a 10s objetos materiales inanimados; el poeta no deja nunca a 10s personajes; absorbido en 10s aEectos que pinta, se fija poco en la escena; parece mirar las perspec- tivas y decoraciones con 10s mismos ojos que su protagonista, no prestando atenci6n a ellos, sin0 en cuanto dicen algo de im- portante a la accibn, a1 inter& vital que anima a1 drama. Tal es, si no nos c:,gafiamos, el verdadero caracter del estilo des- criptivo de aquellas edades; SLI pintura es toda de movimiento y pasion. Nuestros contemporheos, a1 contrario, presentan vas- tos cuadros en que una analisis, algo minuciosa, dibuja formas, matiza colores, mezcla luces y sombras; y en esta parte pictb- rica, ocupa a veces la acci6n tan poco espacio, corn0 las figurab humanas cn la pintura de paisaje; de lo que tenemos un ejem- plo notable en el Jocelin de Lamartine. Y no pinta solamenti: el poeta, sino explica, interpreta, comenta; da un significado misterioso a cuanto impresiona 10s sentidos; desenvuelve el agra. dable devaneo que las percepciones fisicas despiertan en un es- piritu pensador y contcmplativo. La poesia de nuestros contem- poraneos esta impregnada de aspiraciones y presentimientos, de teorias y delirios, de filosofia y misticismo; es el eco fie1 de una edad esencialincnte especuladora. Aun en 10s cuadros de estos romances, no obstante sus re- ducidas dimcnsiones, aparecc cste cspiriiu meditabundo y filo- s6fico. Sus descripcioncs no son solamente menudas e indivi- 100

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