Antología de Andrés Bello
penetrarse uno a otro y producir un verdadero compuesto. Se mezclaran tal vez las razas, y se rechazaran entre si las ideas. Asi 10s drabes y 10s espaiioles presentaron en el occidente de Europa dos tipos de civilizaci6n antipaticos. Prescindiendo de ciertas peculiaridades materiales y puramente exteriores, nada arabigo pudo echar raiz en Espaiia: la religibn, las leyes, el ge- nio del idioma, el de las artes, el de la literatura, poco o na& tomaron de 10s conquistadores mahometanos. La cultura arabi. ga fue siempre una planta exbtica en medio del triple compues- to ibero-romanog6tico que ocupaba la Peninsula IbCrica. Era necesario que uno de 10s dos elementos expulsase o sofocase a1 otro; la lucha dur6 ocho siglos; y el estrecho de HCrcules fue otra vez surcado por la vencida y proscrita civilizaci6n del Is- lam, destinada en todas partes a dejar por fin el campo a las armas del Occidente y a la Cruz. En la America, a1 contrario, est5 pronunciado el fallo de destrucci6n sobre el tip0 nativo. Las razas indigenas desaparecen, y se perderan a la larga en las colonias de 10s pueblos trasatlknticos, sin dejar mas vestigios que unas pocas palabras naturalizadas en 10s idiomas advene- dizos, y monumentos esparcidos a que 10s viajeros curiosos pre- guntaran en van0 el nombre y las seiias de la civilizaci6n que les dio el ser. En las colonias que se conservan bajo la dominaci6n de la madre patria, en las poblaciones de la raza trasmigrante fun- dadora, el espiritu metropolitan0 debe forzosamente animar las emanaciones distantes, y hacerlas recibir con docilidad sus le- yes aun cuando pugnan con 10s intereses locales. Llegada la &PO- ca en que Cstos se sienten bastante fuertes para disputar la primacia, no son propiamente dos ideas, dos tipos de civiliza- ci6n 10s que se lanzan a la arena, sino dos aspiraciones a1 im- perio, dos atletas que pelean con unas mismas armas y por una misma paJma. Tal ha sido el caracter de la revoluci6n hispano- americana, considerada en su desenvolvimiento espontiineo; por- que es necesario distinguir en eIla dos cosas, la independencia politica y la libertad civil. En nuestra revoluci6n la libertad era un aliado extranjero que combatia bajo el estandarte de la in- dependencia, y que aun despu6s de la victoria ha tenido que hacer no poco para consolidarse y arraigarse. La obra de 10s guerreros est5 consumada, la de 10s legisladores no lo estarii rnientras no se efect6e una penetraci6n mas intima de la idea imitada, de la idea advenediza, en 10s duros y tenaces materia. les ibkricos. Este es nuestro modo de concebir la ley moral en que se fija el sefior Lastarria. Nuestra exposici6n parecera demasiado obvia, demasiado rastrera; per0 ella es, a lo que podemos al- canzar, el verdadero resumen de 10s hechos. Las colonias ame- 85
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