Antología de Andrés Bello
No ha faltado quicn haya atribuido el movimiento a un CO- nato primario, inherente a la materia, y necesario de necesidad absoluta. Per0 es evidente que este conato, o debe tender a ex- plicarse en una direccion particular o en toda direccion posible. El conato en una direccion particular es absurdo; porque no hay nada cn la materia que pueda determinarla a inoverse de un lado m5s bien que de otro, esencial y necesariamente. Y si el ccnato es hacia todos lados, no pudo prodiicir sin0 el com- pleto equilibrio y el reposo eterno de la materia. La determinacion, la especialidad de 10s fen6menos del uni- verso, prueba, pues, un principio electivo, una agencia libre. Ni repugna, como pensaba Leibnitz, que la inteligencia divina eligiese arbitrariamente una forma, una especialidad, entre infi- nitas formas y especialidades posibles. Por el contrario, el su- poner que la voluntad suprema fuese gobernada en todos sus actos por una raz6n suficiente, de manera que entre infinitos universos posibles no hubiese podido elegir a su arbitrio, sin0 producir el que produjo, seria convertirla en un ser puramente pasivo, y hacerla esclava de la fatalidad. Una agencia libre no es como la balanza, que solicitada por dos pesos iguales, no pue- de menos de mantenerse en reposo. La balanza es enteramente pasiva. De la voluntad no puede decirse lo mismo. Cuando dos rnodos de obrar son absolutamente iguales e indiferentes, la voluntad puede determinarse por uno de ellos a su arbitrio. Si la voluntad suprema careciese de ese arbitrio electivo el uni- verso seria inconcebible. ZPor quC existe en una parte del es- pacio infinito y no en otra? EPor quC no est5 colocado de un modo inverso o de cualquier otro modo en el lugar mismo que ocupa? El espacio le prestaba indiferentemente todos 10s senos de su capacidad inmensa; y en cada uno de ellos pudo tomar el universo una infinidad de posiciones, guardando entre si to- das sus partes las mismas situaciones relativas que vemos en ellas. En general, como dijo Clarke a Leibnitz, hay una raz6n suficiente para cada cosa; per0 lo que se trata de saber es si en ciertos casos, cuando es racional la accibn, no puede haber djferentes modos racionales de obrar, y si en tales casos la sim- ple voluntad de Dios no es una raz6n suficiente para obrar de un modo especial y no de otro. El sentido en que toma Leibnitz su raz6n suficiente, no puede distinguirse de una necesidad ab- soluta, que determina inflexiblemente la voluntad; y Leibnitz exigiendo que se le admita esta suposici6n, procede sobre lo mismo que se le disputa, e incurre en una verdadera petici6n de principio. Las especialidades del universo no pueden, pues, concebirse a no ser que las atribuyamos a un principio electivo indepen- diente, a una voluntad soberanamente libre; y de aqui se sigue por una consecuencia inevitable, que a las voliciones de la Pri- 141
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