Antología de Andrés Bello

estilo, todos 10s rasgos de carjcter, en las obras maestras de la escena frxncesa, pero no han analizado con profundidad esa le- gislacion primitiva de las tres unidades, que para ellos es un articulo de fe, un dogma inatacable, y que, sin embargo, mira- da de mhs arriba, es absolutamente arbitraria; que 10s tres gran- des dramaticos franceses no fundaron las reglas del teatro, an- tes bien, las hallaron establecidas por escritores mediocres que estaban en poscsi6n de la escena antes que ellos; que, si 10s antiguos no reclamaron la libertad del drama romantico, fue sin duda porquc no podian mudar las decoraciones, ni desterrar de la escena 10s coros; que lo que se encuentra en Aristoteles acerca de las tres unidades est&en un tratado oscurisimo, que sc sospccha de ap6crifo; y que este fil6sofo estaria bien lejos de pensar que se tratase su autoridad con menosprecio, y COD una irrisibn n vcces injusta, en la Iogica, la metafisica, la fisica y la historin natural, que cstudi6 toda su vida, y en que him dcsciibrimientos importantes, y fuese venerada como ley supre- ma en poesia, a que, de todos 10s ejercicios del espiritu huma- no, era mils extranjero por carjcter”. Todo est0 y muchisirno m5s pudimos haber dicho; pero no nos Fxmos adelantado a tanto. Propusimos dudas, referimos opi- niones ajenas; y nos remitimos a1iuicio y sentimientos de nues- tros lectores. iSerft, pues, corromper el gusto de la juventud convidarla a1 examen de una cuesti6n en que estjn divididos 10s votos de 10s eruditos? “iIgnora ustcd, seiior mio” (nos pregunta el campe6n dc AristGteles), “que por esta pCsima doctrina se desluci6 vilmente el fecundo ingenio de Ldpez de Vega, y aun el de su portentoso contemporftneo Shakespeare?”. Lope de Vega se deduce, cuando contraviene a las leyes esenciales del drama y de toda compo- sicion; no cuando falta a 10s preceptos convencionales de 10s rigoristas cl5sicos. Pero iquC sabr6 del fecundo ingenio de Lope de Vega, el que ni aun sabe su nombre? El articulista nos acusa de querer introducir en Chile aque- 110s principios garrafales, como si ning6n chileno hubiese leido a 10s famosos maestros Aristoteles, Horacio, Boileau y Martinez de la Rosa. Principios garrafales es una impropiedad garrafal; y si hay chilenos que hayan leido a todos esos autores (como sabemos que 10s hay) no es por culpa de ciertos corresponsales del Correo, que han hecho de su parte todo lo posible para que olvidernos hasta la lengua de Virgilio y Horacio, como una an- tigua despreciable, digna de ser conocida solamente en la edad media. Pero, donde el discipulo del estagirita da m8s a conocer SLI juicio y candor, es en el capitulo de las contradicciones. De las tres que nos echa en cara, la primera es &a: que, habienda 108

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