Judith Butler en Chile y en la Chile

50 – – 51 y las de todos los que han animado, cambiado y revisado mi pensamiento? No estaría en ninguna parte. Ciertamente no estaría aquí. Así que les agradezco profundamente por honrar- me y, al hacerlo, honrar estos campos en los que trabajo, los que deberían tener un lugar central en todas las universidades. Por estos días se deman- da a quienes trabajamos en las humanidades de- mostrar por qué el trabajo que hacemos es valioso. ¿Deben las humanidades demostrar que es útil la ciencia para seguir siendo legítima y mantener su financiamiento? ¿Debemos elaborar nuestra utili- dad para la industria o para el gobierno? A menudo, cuando tratamos de explicar lo que hacemos como estudiosos de las humanidades, se nos pide que lo hagamos en un lenguaje que cuantifique nuestros resultados o que acepte for- mas de medición contrarias a las artes y a las hu- manidades. Sí, es obligatorio que dichos campos dejen claro su valor a un público más amplio. To- dos debemos traducir entre registros del habla y del lenguaje, desafiando el statu quo, sin volvernos oscuros o herméticos. Pero si las medidas con las que nos vemos obligados a explicar el valor de lo que hacemos son, de hecho, hostiles a lo que hace- mos, ¿cómo nos movemos de ahí? Quizás necesitamos una manera crítica de explo- rar el problema mismo del valor de lo que hacemos y de aprender los diferentes lenguajes del valor, así los valores del mercado y sus demandas de resul- tados no se convierten en el paradigma dominante que nos dice para qué sirve la universidad. Des- pués de todo, venimos a la universidad a pensar, a sopesar críticamente aquellas formas de valor que nos han sido presentadas como necesarias, nor- males o inevitables, formas de valor que se deri- van con demasiada frecuencia del valor monetario y de mercado, de la utilidad, del beneficio y de la acumulación de capital. Si ponemos los recursos del pensamiento crítico al servicio de estos esquemas de valor aceptados es porque buscamos dar valor a los modos de vida y pensamiento que regularmente son menosprecia- dos por aquellos que son totalmente impulsados por el beneficio. Puede que la tarea de las humani- dades en la actualidad sea mantener viva la cues- tión del valor para que no aceptemos sin más las formulaciones neoliberales que resuelven la cues- tión de lo que es valioso finalmente. ¿Dónde está, entonces, lo incalculable e inconmensurable de nuestros relatos? En las humanidades, en nuestra justificación de por qué la literatura, la filosofía y el arte son esenciales para la universidad, pero tam- bién en nuestros esfuerzos por mostrar por qué las perspectivas feministas, queer y decoloniales deben ser consideradas indispensables para el co- nocimiento mismo. Cuando nos oponemos a la destrucción de la na- turaleza, a la explotación de los trabajadores o de las mujeres, a la violencia sexual, a la miseria económica y promovemos los derechos de los mi- grantes, tratamos de señalar lo que tiene un valor incalculable en un grupo, o una vida, o un conjunto de procesos vivos. Nos oponemos a que algunas vi- das sean consideradas más valiosas que otras; nos oponemos también a que algunas vidas sean con- sideradas más dolorosas que otras. Rechazamos la suposición que hacen tales distinciones y afirma- mos el valor incalculable de esas vidas, estén vivas o no. De hecho, la escritura y otras formas del arte buscan documentar y dignificar las vidas que se perdieron a causa de la persecución o el abandono, y los medios por los que contamos esas historias tienen un valor que ningún número puede repre- sentar a cabalidad. Incluso cuando contamos los muertos, las vidas destruidas por la persecución o la guerra, los números son importantes, documen- tan una historia y desafían el revisionismo. Pero el dolor no puede ser capturado por un cálculo; tam- poco la alegría o el amor pueden ser capturados de esa manera. Por supuesto, necesitamos saber cuánta tierra ha sido destruida en el curso de la ex- plotación de los recursos naturales, especialmente aquí en Chile, donde el imperio del norte ha actua- do como si esta tierra se hubiera creado para su beneficio, pero cuando buscamos entender el valor de la tierra, de los lugares sagrados, de las historias y prácticas indígenas, la importancia religiosa y cultural de las montañas y los mares, necesitamos historia, imagen, poema, testimonio, teoría encar- nada, porque la tarea ética y política es afirmar el valor de las vidas, de su historia, pero también del futuro de la memoria, y las bases para la esperanza y el compromiso políticos. Estos relatos rara vez son directos; exigen que re- pensemos los patrones de pensamiento, los gé- neros de escritura. Para Genet, era la página en blanco de un libro que hablaba de la masacre de palestinos en el Líbano en 1982. Para Alain Resnais, en 1956, fue el silencio omnipresente frente a la imagen lo que comenzó a representar las muertes

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