Juventudes en Chile. Miradas de jóvenes que investigan

Genealogía del adultocentrismo. La constitución de un Patriarcado Adultocéntrico – 35 que tendrían las clasificaciones en subsistemas de edad (Eisenstadt, 2008; Turnbull, 1984), para la resolución de los potenciales conflictos entre padres/madres e hijos/ hijas, lo que inicialmente se denomina conflictos generacionales, Feixa plantea que: “Esta visión tiende a menospreciar el carácter conflictivo y desigual de las relacio- nes que fundan, de las tensiones que encubren. Los subsistemas de edades sirven a menudo para legitimar un desigual acceso a los recursos, a las tareas productivas, al mercado matrimonial, a los cargos políticos” (Feixa, 1998; 25). Lo que se evidencia así, es la existencia de unas jerarquizaciones que relegan a las y los considerados menores a unas pautas definidas por las personas mayores y que inhiben la expresión de conflictos, produciendo la naturalización del ser adulto – la adultización –, como un momento de la vida que todo individuo debe alcanzar y que ella está definida por el involucramiento en alguna medida en el sistema produc- tivo, reproductivo y en las decisiones políticas. 4. La triple dimensión del adultocentrismo En lo que sigue planteo una conceptualización de adultocentrismo; en ella profun- dizo y ofrezco una versión corregida y ampliada de lo presentado hace unos años (Duarte, 2012). Además de los componentes simbólico y material planteados en aquel texto, he agregado una tercera que refiere a lo corporal-sexual , en tanto lugar social en que se verifican los modos de dominio adultocéntrico. De esta manera, en lo que sigue expongo los tres componentes señalados, para dar paso a una conceptualización actualizada de la categoría adultocentrismo. 4.1. Adultocentrismo en su dimensión simbólica Como he venido sosteniendo, la dimensión simbólica, es la que le va otorgando legitimidad social al sistema adultocéntrico. En el texto anterior ya había planteado una dimensión simbólica y lo especifiqué a través de la idea de imaginarios sociales (Baeza, 2008; Cristiano, 2009; Herrera & Aravena, 2015) en procesos del orden sociocultural, como: “un imaginario social que impone una noción de lo adulto –o de la adultez – como punto de referencia para niños, niñas y jóvenes, en función del deber ser, de lo que ha de hacerse y lograr, para ser considerado en la sociedad, según unas esencias de- finidas en el ciclo vital. Este imaginario adultocéntrico constituye una matriz so- ciocultural que ordena –naturalizando – lo adulto como lo potente, valioso y con capacidad de decisión y control sobre los demás, situando en el mismo movimiento en condición de inferioridad y subordinación a la niñez, juventud y vejez. A los

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