Juventudes en Chile. Miradas de jóvenes que investigan
Genealogía del adultocentrismo. La constitución de un Patriarcado Adultocéntrico – 23 relevantes: los varones se apropiaron del excedente de la producción agrícola y ga- nadera, con lo que se abrieron los procesos de acumulación más allá de lo necesario para la sobrevivencia (Meillassoux, 1982); y se asignó a las mujeres la tarea de lo doméstico que incluía los servicios de alimentación y de la crianza (Lerner, 1986). “En una sociedad completamente formada y basada en la agricultura de arada, las mujeres y los niños son indispensables en el proceso de producción, que es cíclico e intensivo. Los niños son ahora una baza económica. En esta etapa las tribus prefie- ren adquirir el potencial reproductivo de las mujeres y no a éstas. Los hombres no tienen hijos de una forma directa; por tanto, serán mujeres y no hombres lo que se intercambie. Esta práctica queda institucionalizada en el tabú del incesto y las pau- tas de un matrimonio patrilocal” (Lerner, 1986; 65). Se suma a lo anterior, que los tiempos disponibles fueron diferenciándose notoria- mente, mientras las mujeres van quedando recluidas a lo doméstico y la producción agrícola menor, junto a sus hijos e hijas considerados menores, los varones conside- rados mayores o adultos tenían un tiempo de ocio – por no tener tareas domésticas –, lo que les permitió “desarrollar oficios nuevos, iniciar rituales que les dieran un mayor poder de influencia, y administrar los excedentes” (Lerner, 1986; 66). La patrilinealidad y/o la patrilocalidad fueron asumidas como modos de estruc- turación de las relaciones parentesco, ahora, a través del intercambio de las mujeres. A ellas – y sus hijos e hijas – se las obligaba a circular, mientras que los varones se establecían y protegían al grupo que se conformaba. 2. Revolución patriarcal, su fuerza simbólica. Este modo de organización fue fortaleciéndose a través de procesos de legitimación simbólica en que se modificaron los mitos originales, por otros en que comenzaron a dominar los dioses únicos y masculinos, signados con características que se le fueron atribuyendo a esta masculinidad: fuerza, inteligencia, protección, provisión; mientras que a lo femenino se le significó como debilidad, incapacidad, dependencia, servicio. En este plano simbólico, se habría tratado de una revolución patriarcal cuyo eje se sostuvo sobre el desprecio de la feminidad y su definición como categoría onto- lógica inferior: “No fue una revolución de varones contra mujeres, sino una revolución de hombres violentos contra hombres pacíficos, mujeres, niños, animales y recursos naturales. Todo proceso de colonización tiene su dimensión militar, política y económica, pero también cultural. Para derrocar las deidades femeninas y sustituirlas por dioses masculinos, primero fue necesario despreciar la feminidad y caracterizarla como una
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