Prensa popular (1973-1983)
el campe a las diferentes concrecienes pasibles. De allí que el discur so eclesial remita a la existencia de una sociedad política reservándose, empero, el derecho de un juicio a la luz de su doctrina social. Si consideramos al discurso de bios. Nu obstante ha cambiado texto: la Iglesia en sí, vemos que no hay cam - su significación porque ha cambiado el con 1. El mismo régimen -cristiano en su declaración de Principios- le ha concedido a la Iglesia un poder 1egitimatorio que no se funda en norma constitucional (desde la temprana separación de Iglesia y Estado durante el siglo XIX) y que culturalmente había disminuí do en las décadas anteriores por el proceso de secularización. Para compensar su falta de legitimidad de origen, el poder políti_ co autoritario se subordinó al poder espiritual, obtuvo que la I glesia le reconociera su ejercicio legítimo del poder. Con ellu, sin embargo, quedaba aceptado el derecho de la Iglesia a admitir juicios morales sobre la acción política. 2. Per la ausencia y represión de otros discursos políticos, el dis curso de la Iglesia, particularmente el de derechos humanos, de - viene así directamente político en tanto portavoz de los que no tienen voz. No es que sea político en sí, sino por el contexto que lo transforma en "el que ocupa el lugar" del espacio que antes ocupaban los discursos partidistas. Lo anteriur conforma la pro posición más general de que el significado político de un discur so no radica en el uso de categorías específicas, sinu en el lu - gar que ocupa en el sistema de significados predominantes. Una primera conclusión de lo anterior, es el nuevo papel que juega la I glesia en la mediación entre sociedad civil y Estado. Anteriormente, la Iglesia era, na obstante su influencia moral e intelectual, una corpora ción de la sociedad civil que como tal presionaba sobre el Estado en los
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