Ciudadanías para la democracia
85 guerras civiles en 1829, 1830, 1851, 1859 y, la más sangrienta de todas, en 1891. O sea, la evolución política de Chile en el siglo XIX no fue, en lo esencial, un tránsito pacífico regulado. Esto sin contar las guerras externas: la guerra contra la Confederación Perú- Boliviana, la guerra del Pacífico y la guerra contra el pueblo mapuche, mal llamada “Pacificación de la Araucanía”. Si avanzamos al siglo XX, nos daremos cuenta de que nuestra historia deja mucho que desear desde la perspectiva democrática. Porque no solo tuvimos dos dictaduras: la de Ibáñez en su primer gobierno entre 1927 y 1931, que reprimió ferozmente al movimiento obrero y popular; y la de Pinochet, la más sangrienta de todas, entre 1973 y 1990; también hemos sufrido sucesivos momentos de excepcionalidad, en los cuales las libertades públicas quedaron en entredicho. A ello hay que sumar numerosas tentativas de amotinamientos y complots militares durante el siglo XIX, y algunos en el siglo XX como el Ariostazo de 1939, el complot de la Línea Recta de 1955, la insubordinación del general Roberto Viaux Marambio en 1969 y el “Tanquetazo” de 1973, además de los golpes militares de 1924 y 1925. Hay que considerar también, los periodos en los cuales los derechos democráticos, difícilmente conquistados por los trabajadores y la ciudadanía progresista, fueron conculcados abiertamente, como, por ejemplo, durante los diez años de vigencia de la llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia o Ley Maldita (1948-1958) que puso fuera de la ley al Partido Comunista, borró a sus militantes de los registros electorales y le impidió una participación normal en la vida política nacional. ¿De qué democracia podemos hablar, si a todo lo anterior se suma el que hasta 1958, no existía la cédula única electoral? Cada partido político, cada candidatura, imprimía sus propios votos, con sus logos, sus insignias, facilitando así el cohecho masivo, especialmente el acarreo de inquilinos en los campos por los latifundistas. La cédula de partido hacía posible que los operadores políticos de los partidos o candidaturas que acompañaban a quienes habían vendido su voto hasta la puerta de la urna, se cercioraran de que en los bolsillos estos llevaran los votos impresos por el partido que había comprado a ese elector. Todos los elementos mencionados echan por tierra la imagen de esta supuesta democracia. Sin considerar los periodos de represión, las masacres de trabajadores, de pueblos originarios, de los cuales está llena nuestra historia. Esto no comenzó el 11 de
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